El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), planeó durante semanas una sección de su conferencia matutina diaria en la que se hablara de las “mentiras” que, a su juicio, publican los medios de comunicación. El 30 de junio estrenó “Quién es quién en las mentiras de la semana”, una sección que se inauguró mintiendo.
De entrada, el presidente anunció que una funcionaria de la Dirección General de Comunicación Social, Ana Elizabeth García Vilchis, sería la encargada del segmento. Pero en ese momento aún no era funcionaria: en un chat con periodistas, la oficina del vocero presidencial, Jesús Ramírez, aceptó que estaba en proceso de contratación. Según su LinkedIn, ella es excoordinadora digital del diario La Jornada de Oriente. Compitió para ser diputada plurinominal suplente en Puebla por Morena, el partido oficialista.
Esa no fue la única mentira en el estreno de la sección “Quién es quién…”. García Vilchis dijo que la revista Forbes aseguraba en un titular que el gobierno de AMLO espiaba periodistas. La noticia era de 2017, en el anterior gobierno de Enrique Peña Nieto. La actual administración se tuvo que disculpar por la pifia.
Ese día hubo otras imprecisiones y dichos falsos que fueron documentados por la prensa. Y en las ocasiones posteriores en que esta sección se ha presentado —se realiza cada semana— también han existido más imprecisiones y fallos. El momento en el cual el gobierno ha querido señalar las “mentiras” de los medios de comunicación, se ha convertido en el ícono de un gobierno plagado de mentiras. En las conferencias mañaneras diarias del presidente se han detectado más de 56,000 mentiras, imprecisiones o datos imposibles de corroborar.
Esta sección es también la oficialización de que el gobierno federal tiene entre sus prioridades atacar a los medios de comunicación. Solo el pulso de la pandemia, los precios de las gasolinas y el avance en la construcción de las tres obras más importantes del gobierno (el aeropuerto de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya) tienen una sección especial en la conferencia presidencial. Con esta jerarquización, AMLO demuestra una vez más que es una amenaza a la aún imperfecta libertad de expresión en México, e incurre en una de las prácticas favoritas del autoritarismo: combatir denodadamente cada mañana, en largas sesiones de propaganda oficial descarada, a esa libertad de expresión.
El “Quién es quién…” no es, como han pretendido justificar desde el poder, un ejercicio del derecho de réplica, porque no aclara la información ni desmiente con datos lo publicado. Solo insulta y descalifica. Está diseñado para golpear a los periodistas, calumniarlos, insultarlos, acusarlos, disminuirlos por haber cometido el pecado mayor en su liturgia: contradecir al presidente más poderoso en décadas, exponer sus contradicciones, sus errores, sus excesos.
Es claramente un abuso de poder, un ataque desde la posición de jefe de Estado que le dio el voto de los ciudadanos con el objetivo de ejercer su función para el bienestar de todos, no solo de su movimiento político, sus colaboradores, sus cómplices y los seguidores que aún creen la narrativa propagandística oficial.
En México se libra una batalla por la agenda de la conversación pública. Por un lado, el presidente, junto con sus medios de comunicación y locutores afines, alientan temas que no tengan que ver con la realidad y el presente: prefieren hablar de los escándalos de violencia y corrupción de gobiernos pasados, y alientan el discurso de la victimización del presidente, quien se queja de ser el mandatario más atacado, el más criticado. No pocas veces han intentado colocar en la agenda que se gestan golpes de Estado en su contra.
Por el otro el periodismo, sin dejar la revisión de los pendientes del pasado, tiene la necia obsesión de revelar la realidad de la gestión de AMLO. A punto de llegar a la mitad de su sexenio, no ha logrado avances en prácticamente nada: la inseguridad se estancó en niveles récord; la corrupción que prometió combatir ha impactado en su gabinete y hasta en su familia; su manejo económico ha derivado en aproximadamente 13 millones de “nuevos pobres”; y México es el cuarto país del mundo con más muertos por la pandemia y encima sufre un agudo desabasto de medicamentos.
Si el presidente, que de por sí usaba su conferencia matutina para agredir cotidianamente a periodistas y medios de comunicación críticos, se ve en la necesidad de apuntalar su pelea con una sección y una funcionaria dedicada a ello, es porque su balance es claro: va perdiendo la partida y el control de la agenda. Las más recientes elecciones son una prueba: de acuerdo con una encuesta del diario El Financiero, Morena perdió a los votantes con educación universitaria. La muestra más nítida es que fue derrotado en su bastión de décadas: Ciudad de México.
El presidente lo ha dejado claro varias veces: para él, un buen periodista es aquel que se compromete con el movimiento que encabeza. No busca sabuesos imparciales que escudriñen al poder, sino leales amplificadores del discurso oficial. Quiere que el periodismo aplauda lo que él llama la Cuarta Transformación de México, la cual con cada información que se publica va quedando como lo que es: humo y discursos huecos.
El lance de “Quién es quién en las mentiras de la semana” ha generado que incluso tomen distancia algunos periodistas e intelectuales que han sido connotados compañeros de viaje del presidente, y advierten del ejercicio absurdo. También se han manifestado en contra organismos internacionales de defensa de los derechos humanos.
La prometida transformación histórica de AMLO ha fracasado y el presidente quiere endosar la factura a los medios y a los periodistas. Como el ladrón que grita “¡Al ladrón!” para escapar y evadir la culpa de sus actos.
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