Tanto para optimistas como para pesimistas, es muy temprano para inferir lo que viene después del temblor. Lo deseable no es necesariamente lo que habrá de ocurrir, aunque tampoco el fatalismo es previsible. Como quiera que sea, por sus efectos, el fenómeno sí da para pensar que puede ser el acelerador para llegar a un necesario punto de inflexión. El tema va más allá de la visión superficial que se centra en la evaluación de autoridades, o de su impacto en las intenciones de voto; la cuestión de fondo es si el temblor y su secuela tienen el potencial para impactar en el ánimo social. De ocurrir esto, muchos otros efectos habrían de generarse, no solo en la política, sino en los términos de convivencia y de la relación de las personas y sus autoridades.
A los sismos de 1985 se les asigna el papel de agente causal en la transformación política del país. En mi opinión, no es que estos hechos de la naturaleza sean detonador o punto de partida de los cambios que ha experimentado el país, en realidad son eventos concurrentes que irrumpen e influyen en lo que ya venía aconteciendo. Algo semejante fue el movimiento estudiantil de 1968. Lo cierto es que por su visibilidad llegan a ser referentes simbólicos del cambio de régimen y su democratización.
¿Qué impacto podrían tener, directo o indirecto, los sismos recientes? Lo primero que hay que destacar es que, a diferencia del pasado, en este caso las autoridades hasta el momento han tenido una actuación mejor y bastante más oportuna, especialmente el Presidente de la República, aunque los mandatarios locales se han visto desdibujados o han estado bajo cuestionamientos; el desempeño de las fuerzas armadas ha adquirido el mayor relieve y confirma en el imaginario colectivo el compromiso de las instituciones con el país en los momentos más difíciles de la población.
El sector social y los ciudadanos, así como el empresariado, han mostrado compromiso y capacidad de respuesta. El balance del primer momento, el de la emergencia, revela que se ha aprendido de tragedias pasadas, con mayor claridad en el Valle de México. La situación desgraciadamente parece diferente en las zonas remotas del país afectadas por los temblores, quizá por la pobreza, las limitaciones locales y las dificultades propias de la geografía.
También hay que advertir el cambio en los hábitos informativos. La televisión ha dejado de tener el impacto del pasado por cobertura y credibilidad, aunque persiste como un medio importante. El despliegue informativo ha sido encomiable. La presencia de las redes es significativa y allí ocurre de todo, crítica, engaño y también la oportunidad de información veraz y en tiempo real, además de la interacción que va conformando una percepción compartida donde se entrevera razón y emoción. Los rumores y la mala entraña que abundan en estos espacios no invalidan la valiosa aportación de las redes sociales.
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