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miércoles 11 diciembre 2024

Recomendamos: 100 mil muertos, el fracaso del otro López, por Raymundo Riva Palacio

por etcétera

Hugo López-Gatell perdió la batalla. Por más que el zar del coronavirus se burle, dé lecciones de periodismo, trate con desprecio a sus maestros y pares, y con soberbia al resto, la realidad lo aplastó. Cien mil muertos por el coronavirus, contra ocho mil máximo que era su pronóstico, lo dice todo. La estrategia del subsecretario de Salud de aplanar la curva de contagios de Covid-19 para no saturar los hospitales, sin medidas que la acompañaran, le estalló en las manos y metió al presidente Andrés Manuel López Obrador en problemas para explicar, convincentemente, que estuvo bien hecho lo que se hizo.

El índice de letalidad de México –el número de fallecimientos por cada 100 personas contagiadas– es de 9.8 por ciento, el mayor del mundo. El segundo lugar lo ocupa Irán, con 5.4 por ciento, mientras que los países europeos más afectados por el coronavirus en sus dos olas tienen, o menos de la mitad, o una tercera parte del radio mexicano: Italia, 3.8 por ciento; Reino Unido, 3.7 por ciento; España, 2.8 por ciento. En Estados Unidos, donde se concentra 30 por ciento de los contagios en la segunda ola de la pandemia, es de 2.2 por ciento.

Entre más pruebas se hacen, más cae la letalidad, según los expertos. Pero México, al 9 de noviembre pasado, según Our World in Data, realizaba 17.24 pruebas por cada 100 mil habitantes, que lo ubica en el lugar 85 de 104 países a los cuales da seguimiento, lo que se explica por la creencia de López-Gatell de que las pruebas no son necesarias para controlar la pandemia, ni evidencia científica que diga lo contrario, cuando expertos en todo el mundo y la Organización Mundial de la Salud señalan lo opuesto.

Las pruebas fueron cruciales para que países como Corea del Sur mantuvieran abierta su economía. La ausencia de ellas en México, como política de gobierno, provocó la peor crisis económica que ha vivido en el país. En un interesante hilo en Twitter, Eugenio Sánchez mostró que México, junto con Omán, tienen la peor tasa de positividad en el mundo, que es la métrica para saber si la cantidad de pruebas es apropiada con respecto al tamaño del brote epidemiológico.

El porcentaje de positividad de México es de 56 por ciento cuando la OMS recomienda un índice menor a 9 por ciento. Sánchez agregó que pese al tamaño de la economía, aquí se hacen menos pruebas que Guatemala –a quien duplica en PIB–, Chile o Colombia –con menos de 40 por ciento del producto mexicano. También se refiere al tema del equipamiento del personal de salud, recordando que Amnistía Internacional y la publicación especializada The Lancet clasificaron en septiembre a México como el cuarto país con más muertos por Covid-19 en ese sector.

La política sobre pruebas que diseñó López-Gatell es que sólo se aplicarían a personas con síntomas y personas en los grupos vulnerables. En países tan disímbolos como Estados Unidos y Venezuela se realizan pruebas a todos, incluidos los asintomáticos. La política mexicana es similar a la de la mayoría de los países africanos, aunque ninguno de ellos tiene los grados de mortalidad de este país, que son los decesos por cada 100 mil habitantes, donde ocupa el décimo lugar, con 78.34 fallecimientos, contra 127.96 que tiene Bélgica, y que se encuentra en el primer lugar. En números de muertes absolutas, México está en el cuarto lugar, donde Estados Unidos, India y Brasil ocupan los tres primeros.

Jugar con números para medir en tablas de clasificación si estamos mejor o peor que otras naciones es bastante ocioso en estos momentos. Pero si nos enfocamos al índice de letalidad, podemos observar si la estrategia funcionó o no. Hay estudios científicos que demuestran que la efectividad de las políticas de un gobierno para enfrentar la pandemia está asociada a la reducción de las tasas de mortalidad, al mostrar su capacidad para formular e implementar políticas sólidas, como reflejo de un buen gobierno. Entre esas políticas se incluye la rápida instrumentación de una cuarentena efectiva, políticas de muestreo y seguimiento de casos, así como proveer de equipo suficiente y de calidad al personal de salud.

López Obrador afirmó esta semana que el objetivo de su gobierno es que pese a que haya un mayor número de contagios, se salven vidas. Interpretándolo, el Presidente quiso decir que es más importante que quienes se enfermen se recuperen, lo que es correcto. Lo que es impreciso es cuando señaló que la estrategia de López-Gatell impidió que México fuera rebasado por la pandemia, porque se aplanó la curva y se evitó la saturación de hospitales.

Haber atado la estrategia en ello, con el llamado inicial de López-Gatell a que las personas con síntomas no acudieran al hospital para evitar contagios y que sortearan la enfermedad en su casa, provocó en el arranque de la pandemia que siete de cada diez decesos se registraran fuera de las instituciones de salud. Los números se han invertido, al igual que ese discurso, pero todavía hay instituciones públicas que rechazan a pacientes de Covid-19 para no elevar el porcentaje de camas ocupadas ante las presiones de autoridades, y se está forzando al personal médico que tuvo Covid, a reincorporarse a los 15 días de haber enfermado ante las carencias que se tienen.

Al Presidente le está contando una historia épica López-Gatell, que olvida el pronóstico de su consejero: el 4 de mayo iba a haber máximo seis mil muertos; una semana después 30 mil, y como escenario “catastrófico”, 60 mil. Esta semana rebasamos los 100 mil muertos y seguirán subiendo. Es muy tarde para que el Presidente lo despida, pero aún es tiempo para que se allegue de expertos que le ayuden a modular la política contra el coronavirus, sin que un aventurero decida por él, por su gobierno y por el país. Pruebas de la incompetencia de López-Gatell existen en abundancia.

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