Todas las mañanas el presidente López Obrador ofrece en su conferencia de prensa un doble espectáculo de abuso: de palabra y de poder.
Abusa todos los días de su derecho a la palabra y cruza algunos días los linderos de abuso de poder.
El abuso de la palabra empieza por la cantidad de tiempo que el Presidente habla, por el espacio que captura en los medios y por el carácter casi monopólico de esa captura.
No hay en los medios atención o espacios equivalentes, proporcionales, para los otros actores políticos, en particular para la oposición y, sobre todo, para los afectados por la palabra presidencial.
La consecuencia de este virtual monopolio mediático es que el Presidente y sus palabras ocupan casi todo el espacio público y son el eje de casi toda la discusión política.
Si a este mecanismo diario del discurso del poder añadimos lo que baja de los discursos del Presidente en sus giras, lo que tenemos es un uso avasallante de la palabra, un uso poco democrático del discurso político.
Un uso legal, pero no ético, como diría el propio Presidente.
La línea que divide el abuso de la palabra y el abuso de poder es muy delgada. El Presidente suele cruzarla cuando deja de hablar sobre algo y empieza a hablar contra algo.
La puerta de entrada al abuso de poder de la palabra presidencial es lo que el Presidente llama su derecho de réplica.
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