Recomendamos: ¿Por qué AMLO (todavía) puede decir lo que quiera sin pagar el costo?, por Luis Antonio Espino

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En días recientes, Andrés Manuel López Obrador ha estado en el ojo del huracán mediático y político por hacer tres declaraciones. En la primera, irrespetuosa, llamó “corazoncitos” a unas reporteras que cuestionaban una maniobra política de su partido en el Congreso. En la segunda, polémica, dijo que una funcionaria de cuestionable desempeño es “un chivo expiatorio” de la prensa. En la tercera, incongruente, afirmó en un mitin que no podría cumplir “todo lo que se está demandando” porque recibe un país “en bancarrota”, cuando días antes había afirmado que recibía de Enrique Peña Nieto “un país con estabilidad económica”.

Cualquier otro político hubiera dañado severamente su reputación si cometiera estos tres dislates discursivos en una semana. Pero no AMLO, quien parece que puede decir lo que quiere sin preocuparse por perder la aprobación de sus seguidores. Es más, a juzgar por lo que se lee en redes sociales, y en los artículos de sus más aguerridos defensores, cuando AMLO dice cosas extrañas, polémicas, falaces o irritantes, se gana más su apoyo. ¿Cómo lo logra?

Va una hipótesis sacada de la historia de la retórica. Durante años, AMLO ha tenido nuestro permiso para practicar la parresía. Esta es una palabra griega que significa “libertad para hablar”, pero que en realidad encierra muchos significados profundos y complejos. Para no cansar al lector, baste decir que la parresía era una forma de discurso de la antigua Grecia, en la que el orador se dirigía a la audiencia con absoluta franqueza, sin eufemismos ni recursos retóricos, y también sin frenos ni límites derivados de criticar al poder, o a ninguna figura, institución o costumbre. Cuando un orador asumía este rol, se le llamaba el “parresiastés”. La audiencia sabía que iba a criticar por igual al gobernante que al hombre común, al religioso o al ateo, al rico o al pobre, porque más allá de agradar y persuadir, buscaba un bien superior, una verdad más grande. El parresiastés tenía de su lado un hecho clave: su franqueza era desinteresada y por eso cumplía un rol clave para la polis, al exponer con crudeza frente al poder y al pueblo lo que nadie más se atrevía a decir.

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