Nada de lo que ocurre en México es indistinto al curso actual del mundo, donde los estudiosos anuncian el fin de la era democrático–liberal y su mutación en una época de turbulencia populista
El mito de la excepcionalidad mexicana, acrecentado por la sensación de que nuestra democracia adolescente no alcanzará a cumplir, ni siquiera, los veinte años, dada la franqueza con la cual López Obrador ofrece al electorado substituirla por una “tiranía honrada”, es eso, un mito. Nada de lo que nos ocurre es indistinto al curso actual del mundo, donde los estudiosos anuncian el fin de la era democrático–liberal y su mutación en una época de turbulencia populista.
Los ejemplos, en esta segunda década de la centuria, son suficientes para el terror o la resignación. Van desde el fracaso de las primaveras árabes hasta el Brexit, pasando por las reelecciones porfirianas de Putin, el regreso del culto a la personalidad en China con Xi Jinping, haciendo compatible el mercado dinámico con un régimen postotalitario o el delicado equilibrio imperante entre el antiliberal Trump y las instituciones estadounidenses. En la vieja Europa, resisten Francia y Alemania, mientras resurgen en Italia las derechas populistas. Junto al fracaso, por ahora, del golpismo independentista catalán en la península, algunas de las naciones convertidas, tras la ruina del imperio soviético, a la democracia liberal, vegetan como regímenes cleptocráticos.
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