Desde lo alto del pedestal en el que fue colocado por la arrogancia y la vanidad, el doctor Hugo López-Gatell Ramírez podía escuchar los ruidosos preparativos navideños de los habitantes de la Ciudad de México.
Seducida por los encantos del capitalismo, la gente iba y venía con bolsas de compras del Buen Fin. Las pantallas de televisión desaparecían tan rápido como aparecían los descuentos. “Comience a pagar en febrero del próximo año”, “Dieciocho meses sin intereses”, “Compre dos y llévese tres”. Ningún deseo se resistía al poder del tarjetazo. La propuesta presidencial de regalar afecto y no comprarlo como que no convenció al respetable. Algunas voces desaconsejaban sumarse a los tumultos en los centros comerciales. “Si queremos disfrutar las fiestas de fin de año, hay que cuidarnos desde ahora”, decían. Pero la gente no quería escuchar. “No estén molestando”, reprochaban los aludidos. “Ya ha sido mucho encierro, sólo se vive una vez. Además, dice el doctor Gatell que todo está bien, ¿acaso no vieron su conferencia de anoche?”. Pero no todo estaba bien. Las cifras de hospitalizaciones iban al alza. Tan es así que, desde finales de noviembre, el gobierno capitalino decidió instalar macro quioscos en los que se hacen pruebas rápidas de covid.
Los especialistas comenzaron a preguntar por qué la Secretaría de Salud federal no cambiaba el color del semáforo epidemiológico, que ya llevaba varias semanas estacionado en naranja. El carácter obligatorio del indicador había sido enfatizado por López-Gatell en julio pasado, cuando amenazó a los gobernadores que no lo atendieran con aplicarles sanciones administrativas e incluso penales. Si la cosa iba tan en serio, pensaron algunos, no tardaría el subsecretario en sacarle la tarjeta roja a la jefa de Gobierno. Pero pasaban los días y nada sucedía. Repentinamente, el 11 de diciembre, Claudia Sheinbaum declaró a la capital en alerta y advirtió, con el rostro desencajado, que era urgente disminuir la curva de infecciones.
A pesar de las reiteradas preguntas sobre qué pasaría con el semáforo epidemiológico, Sheinbaum se rehusó a precisar el color. Dijo que se encargaría López-Gatell. Total, agregó la mandataria capitalina, hay países donde se habían dictado medidas de confinamiento y no por eso habían disminuido los contagios y hospitalizaciones.
Sí, sí, sí, secundó López-Gatell por la tarde de ese día. Lo importante era detener los contagios, no el color del semáforo. “Tenemos que cooperar, unir esfuerzos, ser conscientes de la importancia de cuidarnos y cuidar a los demás”, blablableó el funcionario. Hoy sabemos que López-Gatell tenía otros datos. En serio. Los tenía y no los reveló. Ayer, el diario The New York Times informó que las autoridades federales le movieron a dos indicadores con los que se construye el semáforo epidemiológico para evitar poner a la Ciudad de México en semáforo rojo.
Dejemos que lo diga Natalie Kitroeff, corresponsal del periódico estadunidense: “En un documento del 4 de diciembre, firmado por López-Gatell y enviado a Sheinbaum para notificarle el cálculo de riesgo, el gobierno federal afirmó que sólo 45% de las camas de hospital con ventilador estaban ocupadas. Antes, López-Gatell había reportado que 58% de dichas camas estaban ocupadas”.
De hecho, agrega Kitroeff, “una revisión de la base de datos que usa el gobierno en el cálculo de riesgo mostró que la ocupación de camas de hospital con ventilador en la Ciudad de México no había bajado de 50% desde principios de noviembre”.
Otro indicador, el de la positividad de las pruebas aplicadas en la capital, también fue alterado o, al menos, citado incorrectamente. El documento referido “también afirmaba que 25% de las pruebas de coronavirus en la ciudad dieron positivo a fines de noviembre, pero los propios datos del gobierno federal muestran que 35% de las pruebas había dado positivo en ese periodo”, señala el reportaje. “Si, en ambos casos, el gobierno hubiese usado las cifras más altas reportadas por sus propios expertos en salud pública, el total de puntos para (definir el semáforo en) la ciudad habría alcanzado 33, dando lugar a una luz roja de alerta y haciendo necesario un cierre”. La suma para poner el semáforo epidemiológico en rojo es de 31 puntos o más.
López-Gatell dejó correr dos semanas para cambiar el color del semáforo. Y pudiendo cerrar las actividades con anticipación no lo hizo, y, con ello, le robó la Navidad a millones de mexicanos. Peor aún: es posible que ese retraso haya incidido en contagios y fallecimientos. Como dice él, ahí queda eso.
Ver más en Excélsior