Jesús también fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época, y lo crucificaron.
—Andrés Manuel López Obrador
Cuando el pícaro Dios creó el mundo y sus moradores, y entre tantas otras cosas más un país llamado México, un ángel le preguntó por qué lo colmaba de tantas riquezas naturales. No hay de qué preocuparse, respondió el creador, lo poblaré con mexicanos… Este viejo chiste se cuenta ocasionalmente para reírse de la imagen estereotipada que los propios mexicanos han configurado de sí mismos, y que no pocos asumen como axioma incontestable: el mexicano es indolente y taimado: no hay que fiarse de él.
Desde luego, quien de verdad pensara así sería un racista redomado, aunque si en este país existe una raza que ha degradado la esfera pública a estratos nauseabundos y dado el peor ejemplo a los mexicanos ésa es, precisamente, la de la clase política —aunque no la única. Para Nietzsche el hombre era el cáncer de la tierra; bien, una gran mayoría de políticos, de izquierda a derecha, son el cáncer de esta tierra.
“Éstos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo estos otros”, decía Groucho Marx, cuyas ingeniosas sentencias son verdades científicas, como la siguiente, aplicable perfectamente a los congresistas locales y cuya autoría querrían para sí no pocos académicos: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. El juicio de Fernando Vallejo también es implacable, a la pregunta “¿No hay ningún político que le parezca honorable?”, responde (cambie colombiano por mexicano, por favor):
Eso sería un oxímoron, como sol oscuro, una contradicción en los términos. No puede haber un político colombiano honorable. Político es sinónimo de bellaco. A la mezquindad de los políticos se ha venido sumando la rapacidad y la ignorancia […] Más mamones de la teta pública, más zánganos que sostener.1
No es éste el lugar para extenderse sobre la historia [oficial] mexicana que los políticos han saturado de héroes que se aporreaban entre sí y de villanos transformados en marmóreas estatuas. Baste decir que desde la Independencia en 1821 culminada por un aristócrata que sería coronado efímero emperador hasta los ridículos tiempos que corren, la historia fue zarandeada por la pugna entre dos grandes bandos ideológicos: el conservador y el liberal, que se dieron con todo en las guerras de Reforma, y que durante la Revolución los numerosos caudillos del norte y del sur combatieron fieramente entre ellos —lo que a estas alturas no importa: sus nombres conviven entrelazados en letras de oro en el Congreso de la Unión.
Poco después de la Revolución se fundó lo que más tarde sería el Partido Revolucionario Institucional. Durante setenta años el PRI tendría el monopolio del poder y aun ahora, ocho años después de haberlo perdido, se ufana de haber prodigado estabilidad, paz y progreso al país: los años maravillosos. Pero hasta un niño sabe que si algo debemos agradecerle es pobreza y atraso crónicos, desempleo, corrupción integral, saqueo incesante de los bienes públicos y una severa, acaso irreversible contaminación. Con el PRI se entronizó un falso Estado de derecho, patrimonialista, corporativo, paternalista, altamente burocratizado, adiposo, ineficiente —todo con la pequeña ayuda de sus amigos de la Televisión, la Iglesia, el Narco y no pocos Intelectuales—; el Partidazo heredó al país graves taras cuyas consecuencias aún padecemos y pagamos.
Un fantasma recorre México, el fantasma del populismo
Con Vicente Fox la derecha llegó al poder en el año 2000. No una derecha moderna ni muy inteligente, sino otra que había permanecido agazapada rezando y lanzando maldiciones contra la liberalización de la sociedad, contra los derechos de las mujeres y las minorías y a favor de la enseñanza de la religión [católica] en las escuelas oficiales. Una derecha que se halla a disgusto en el Estado laico de los liberales pero que aprendió muy pronto los vicios y las malas artes de sus predecesores. Como en los viejos buenos tiempos, un gobernador del Partido Acción Nacional (PAN) regala millones de pesos en la tierra del mariachi y del tequila al monopolio mediático más poderoso del país y a la Iglesia católica y encima manda a chingar a su madre —tal cual— a quienes no entienden su generosidad. (Los jerarcas de la Iglesia viven como lujuriosos pachás en mansiones de ensueño, salen en revistas de gente bien, juegan plácidamente al golf, asisten a la fiesta brava tanto como a misa y celebran sus onomásticos brindando con gobernadores y empresarios —ah, y con narcotraficantes dulcemente bendecidos.)
Todos pensaron que del vencido y desvencijado PRI sólo quedarían tepalcates regados por todo el país. Lastimosa equivocación: el gen priista, integrado en generaciones enteras de mexicanos, se activó en otro partido fundado originalmente para reclamar democracia y luchar por ella. En el Partido de la Revolución Democrática (PRD) confluyeron viejos priistas despechados, ex comunistas y socialdemócratas, académicos e intelectuales y hasta ciudadanos honestos —los hay— hartos de decenios de autoritarismo y corrupción. Pero un priista nunca deja de serlo, a pesar de lo que declaró Andrés Manuel López Obrador —uno de ellos— ante el eufórico portazo de ex correligionarios que se colaron al PRD durante la campaña electoral de 2006 en busca de puestos y prebendas: “El priismo es una enfermedad que se quita con el tiempo”. Vaya, en su caso y en el de su primer círculo, del más puro linaje priista, no parece ser así…
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