El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (GIEI), colocó un clavo envenenado en el corazón del exprocurador Jesús Murillo Karam. Con fotografías satelitales, demostraron que la noche del 26 de septiembre del año pasado nunca hubo un incendio en el basurero de Cocula, por lo cual no pudieron haber sido incinerados los 43 normalistas en ese sitio, como aseguró Murillo Karam que sucedió, en lo que se ha convertido en el central del caso Ayotzinapa. La “verdad histórica”, que se convirtió en la versión oficial del gobierno, es falsa, y quedó al descubierto que Murillo Karam alteró evidencias para ajustar los hechos a su imaginación y engañó al propio presidente Enrique Peña Nieto, quien ha pagado los costos de su extraña negligencia. Sorprende, por tanto, que siga en calidad de intocable.
El basurero de Cocula nunca figuró en las primeras indagatorias de la Fiscalía de Guerrero, que hizo el primer levantamiento de evidencias y declaró a los primeros involucrados en el crimen contra los normalistas. Murillo Karam llegó al basurero por la declaración del jefe de sicarios de la banda Guerreros Unidos, Felipe Rodríguez Salgado, apodado El Cepillo, capturado a principio de este año. La declaración no aportaba novedades a la investigación, pero el exprocurador la utilizó como el testimonio para cerrar la investigación el 27 de enero pasado, cuando afirmó: “Sin lugar a dudas… los estudiantes fueron privados de la libertad, privados de la vida, incinerados (en el basurero) y tirados al río San Juan. Esta es la verdad histórica de los hechos, basada en las pruebas aportadas por la ciencia, como se muestra en el expediente”
El basurero de Cocula siempre ha sido un tema polémico, aunque no el único dentro de todo el Caso Ayotzinapa. Murillo Karam chocó regularmente dentro de la PGR con los investigadores, cuyo trabajo descalificaba y les ocultaba información. Hubo fotografías y elementos que llegaban de otras dependencias federales, que Murillo Karam no compartía con sus subalternos ni incorporaba en el expediente hasta después de darlo a conocer a la prensa. La centralización de evidencia, aun a costa de sus propios investigadores, siempre dificultó el trabajo interno. También la soberbia con la que ejerció el cargo, como un funcionario sobrevaluado y confiado en la vieja amistad con el presidente Enrique Peña Nieto.
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