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jueves 07 noviembre 2024

Recomendamos: El Censo: ni de izquierda ni de derecha, por María Amparo Casar

por etcétera

El Inegi acaba de publicar una de las herramientas más valiosas para la toma de decisiones de política pública: el Censo de Población 2020. Sabemos del desprecio de esta administración por los datos duros y sus ventajas para decidir las acciones de gobierno, pero siempre hay la esperanza de que esto cambie y se abandone la actitud de que este tipo de herramientas son neoliberales.

Son muchos los datos que ofrece el Censo y un primer análisis podría llamarnos al optimismo, pues hay avances importantes, aunque no a la velocidad necesaria. Por ejemplo, la tasa de analfabetismo se redujo de 9.5% a 4.7% en veinte años y la escolaridad promedio subió de 7.5 a 9.7 años; el porcentaje de población que declaró estar afiliada a los servicios de salud aumentó de 64.6% a 73.5%, y el acceso a internet se elevó de 21% a 52% en diez años. Igualmente importantes son las cifras como el porcentaje de personas con discapacidad (4.9%), que sube a 20.4% entre los de más de 60 años o el de población que se reconoce afromexicana o afrodescendiente (2%). Importantes, porque dimensionan la necesidad de atender a ciertos sectores que siempre han sido marginados o a los que se les ha reducido drásticamente el presupuesto.

Los datos del Censo son particularmente significativos para sustentar la política social y también para tomar decisiones sobre inversión. Según el censo de población 2021 recién dado a conocer, el bono demográfico va extinguiéndose poco a poco, aun cuando todavía hay tiempo para aprovecharlo. El bono demográfico es ese periodo donde la población en edad de trabajar supera en cantidad a las personas económicamente dependientes (niños y adultos mayores).

Según el censo 2021, la mitad de la población tiene 29 o menos años y la otra mitad es mayor a 29. Hace diez años, la mitad tenía menos de 26 y la otra más de 26. Conforme la edad mediana se eleva, el bono demográfico se va agotando. Una vez que desaparece el bono demográfico, las presiones de gasto sobre las instituciones estatales o privadas a cargo de administrar las pensiones de los jubilados aumentan. Hoy existen 50 personas en edad de dependencia por cada 100 en edad productiva.

El bono demográfico es importante porque el país puede generar mayor ahorro y mayor inversión, ya que los trabajadores no necesitan destinar tantos recursos a mantener a los individuos dependientes: ni a los niños ni a los adultos mayores. Y, también, porque, al haber más personas laborando, se recaudan más impuestos y el gobierno puede destinar más recursos para invertir en más capital físico y humano.

Al invertir en capital humano, los trabajadores tienden a ser más productivos y, al invertir en capital físico, se crean más empleos y, hasta el momento, no se ha inventado mejor receta para combatir la pobreza y la desigualdad que el crecimiento y la educación. Y si bien el crecimiento económico no es garantía de mayor igualdad, sí es una condición necesaria para no igualar a todos a la baja, sino al alza. El asistencialismo nunca ha sacado a ningún país de la pobreza. Distribuir el pastel de nuevas maneras a costa de que el pastel se haga más y más pequeño acaba por dejar sin rebanadas tanto a ricos como a pobres.

Los datos del Censo nos dan un insumo fundamental para poder identificar las mejores oportunidades de inversión, entender cuáles son las carencias más críticas a las que se enfrenta nuestra población y dónde se concentran. Por ejemplo, hoy sabemos que más de 50% de la población mayor de 15 años sólo cuenta con educación básica. Entender dónde existe un mayor rezago educativo permitiría diseñar e implementar de manera más eficiente la política de educación. Saber que más de 22% de las viviendas particulares no cuentan con agua entubada representa una oportunidad de mejorar las condiciones de vida y, con ello, los indicadores de salud de un porcentaje importante de la población. Así con cada una de las mediciones del Censo.

Bien analizadas las cifras, son brújulas para el diseño de las políticas públicas. Los datos no son ni de izquierda ni de derecha. Prenden focos rojos, identifican las necesidades de la población y señalan los espacios en los que el Estado debe ampliar oportunidades. Todo esto para combatir la pobreza y disminuir la desigualdad. Para hacer realidad el lema de primero los pobres. No hay por qué seguir a ciegas o con ideas preconcebidas que, además de retrasar el desarrollo y bienestar, tampoco reditúan políticamente.

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