En esta etapa de transición, en la que el gobierno en funciones está desaparecido y el gobierno electo ha ocupado sus espacios delineando sus planes, la sociedad civil y los medios de comunicación se han convertido en los únicos contrapesos del poder que aglutina el presidente entrante Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena.
Alguien diría que es un contrapeso prematuro, pues López Obrador aún no es presidente. Pienso que no, porque ya tiene control en el Poder Legislativo desde donde ya está ejerciendo gobierno, y con declaraciones por aquí y por allá va anunciando lo que podría volverse política pública del Poder Ejecutivo a partir del 1 de diciembre.
La sociedad civil y los medios de comunicación no pueden sustituir a los partidos de oposición porque su misión no es oponerse como modo de vida. A las organizaciones de la sociedad civil toca mantener en agenda las exigencias y recomendaciones que han enarbolado durante los últimos años, y presionar para que el gobierno electo adopte las mejores prácticas. A los medios toca seguir denunciando, señalando, informando.
Desde mi punto de vista ha estado sucediendo. Frente a los hechos en el Congreso y los anuncios para la Presidencia, las organizaciones de la sociedad civil y los medios de comunicación no han dejado de cumplir su papel. Las críticas y exigencias que en los últimos años pudieron haber contribuido a generar un clima de indignación que condujo a Morena a arrasar en las elecciones de julio, siguen ahí convertidas en demandas que debe enfrentar en el Legislativo y el Ejecutivo.
Al presidente electo le gustan mucho los dichos populares. Podría echarse mano de que a la sociedad civil y a la prensa toca estar “de chicotitos” del nuevo régimen. El chasquido suele ser molesto, irritar, doler y generar reacciones.
La relevancia de ambos sectores se vuelve todavía más importante debido a la desarticulación de los partidos de oposición. El PAN está enfrascado en una lucha interna que cree que tomar el mismo veneno que los mató va a ser la medicina que los levante. El PRI agoniza esperando a que se vaya el presidente Peña Nieto para que se desate, ahora sí, la guerra por quién se queda el control del partido. El PRD suma una crisis económica a su crisis política… y de nuevo culpa a López Obrador del problema.
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