La información no puede ser privilegio de algunos cuantos, mucho menos cuando su acceso se da por medios ilegales. Esto va más allá del paradigma orwelliano de la sociedad observada por el hermano mayor.
La privacidad es un bien que se ha perdido con la modernidad tecnológica. La divulgación de llamadas ilegalmente interceptadas o de acervos de información digitalmente organizados ocurren día con día y es el afán de competencia o de superar la incertidumbre lo que ha llevado a esta práctica. La reputación o el prestigio de personas y empresas son afectados por un recurso que cada vez se vuelve más común como medio de lucha política o económica. En ocasiones los medios que los divulgan ni siquiera se detienen a investigar la veracidad de los datos o la intencionalidad de quien los difunde. Sí, es una actividad ilegal que hace que los espacios de la privacidad sean cada vez más estrechos.
Este signo de los nuevos tiempos corta hacia muchos lados, incluso en terrenos virtuosos, aunque de discutible legalidad. El 28 de noviembre de 2010 es un parteaguas con la filtración de 251 mil 287 documentos clasificados, no clasificados y secretos del Departamento de Estado de Estados Unidos, por el portal WikiLeaks de Julian Assange; un punto de quiebre de la seguridad nacional que, además, puso en entredicho a la diplomacia estadunidense.
En junio de 2013, el consultor tecnológico estadunidense Edward Snowden, ex empleado de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional, a través de los periódicos The Guardian y The Washington Post dio a conocer documentos clasificados como “Top Secret” sobre varios programas de la NSA, incluyendo los programas de vigilancia masiva PRISM y XKeyscore.
Las filtraciones de Assange y Snowden pusieron al descubierto que los estándares de legalidad de EU y en cierta forma de las naciones democráticas quedaban en entredicho. Asimismo, el espionaje deliberado y sin control, incluso sobre los gobernantes de los países aliados, ha sido uno de los temas que más han afectado a la diplomacia estadunidense. Quedó al descubierto que las agencias de seguridad operaron bajo su propia lógica, en ello mucho tuvo que ver la crisis del 9/11 y la necesidad de empoderar a las agencias para emprender acciones preventivas contra la amenaza que plantea al mundo occidental el terrorismo.