22-01-2025

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El carácter se conoce en la adversidad. Es cierto en todo quehacer humano pero más en el ejercicio de la política. Gobernar en la prosperidad es fácil. Es mucho más simple administrar la esperanza que el descontento. Esa es la verdadera prueba del líder político.

Por años, Andrés Manuel López Obrador dijo ser la panacea contra la pesadumbre mexicana. Tenaz luchador social y feroz (lo digo como un elogio) líder de oposición, López Obrador prometió reconciliación inmediata, honestidad absoluta y un retorno paulatino pero visible a la abundancia. Y prometió mucho más. Después de años de brega convenció a una mayoría de votantes que el país, en efecto, estaría mejor con López Obrador. Él sería el catalizador de la renovación moral del país, la garantía de la abundancia con justicia. “Sonríe”, decía hace años. “Ya ganamos”.

Ahora que ha ganado, no sabe bien qué hacer con la victoria. Sin el agravio permanente de quien ha vivido de ser oposición, el presidente ha tenido que abandonar el papel que le acomoda para asumir uno más complejo. Antes era el dedo flamígero, la voz de la indignación, el que exigía cuentas al mal gobierno. Ahora es su turno de asumir responsabilidades, tolerar y escuchar la crítica y, de ser necesario, enmendar el camino. Le toca aprender a ser gobierno. No lo ha conseguido.

El gobierno lopezobradorista ha tenido, en términos generales, un mal comienzo. Es larga la lista de tropiezos, muestras de terquedad o impericia. El resultado es obvio: el clima de esperanza y consuelo de hace un año ha dado paso a una cierta desilusión y, en algunos casos, a muestras de hartazgo. A López Obrador le toca ahora enfrentar la adversidad. Por desgracia, la adversidad ha revelado a un hombre mezquino, empecinado en una lectura binaria de la vida pública. Sigue trepado en su viejo cuadrilátero.

En la última semana, López Obrador volvió a ser el gran opositor de todo el que disiente de él. En medio de la crisis de seguridad de la Ciudad de México, optó por defender a la gobernante antes que a los gobernados. Frente al luto y horror de los capitalinos, prefirió levantar la mano entre sonrisas a la atribulada jefa de gobierno. No solo eso. Con tal de proteger el futuro político de Sheinbaum, el presidente prefirió inventar una conspiración. Quiso victimizarla y exonerarla antes que asumir con humildad y autocrítica las omisiones del gobierno de la capital, ligado tan estrechamente al gobierno federal.

Más información: El Universal

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