Los ciudadanos le dieron en las urnas una mayoría cómoda sobre sus competidores para gobernar por un periodo de dos años. Pero le parecieron pocos, así que pidió que mejor sean cinco. Y sus adversarios, con mayoría en el Congreso saliente, se lo aprobaron.
No es una historia de Venezuela, Rusia, Turquía o algún otro país en el que la legalidad se haya sometido en los últimos años al capricho de un líder o un movimiento popular, populista y autoritario.
Ocurrió esta semana en Baja California, el estado que hace 30 años ganó la batalla ciudadana contra la “larga noche” de la hegemonía autoritaria priista y eligió al primer gobernador de un partido distinto al entonces todopoderoso tricolor.
A siete meses de iniciada la que nos presentan como cuarta transformación del país, una que promete que va a terminar con la “larga noche” del neoliberalismo y la corrupción de toda la clase política, atestiguamos cómo esa misma clase política, esa “mafia del poder” atascada de panistas y priistas, se confabula gustosa con Morena para construir su nueva noche. Y, sí, quiere que sea larga.
Jaime Bonilla, de Morena, compitió para ser gobernador por dos años. Desde antes de la elección del 2 de junio pasado intentó que se ampliara a cinco. El tribunal electoral local (sometido a los intereses) le dijo que sí dos veces, pero el federal le tumbó la decisión. Bonilla se terminó registrando para una elección para ser gobernador dos años. Y así fue: los electores escogieron mandatario para dos años, por amplísima ventaja.
El lunes pasado, con votos a favor de la mayoría del PAN, más el PRI y Morena, el Congreso saliente de Baja California aprobó cambiar la constitución local y ya le dio sus cinco años a Bonilla.
Se les olvidó aquello de “sufragio efectivo”. Lo que votaron los ciudadanos no importa. Ellos quieren cinco, se lo aprueban. Al estilo Varguitas de La Ley de Herodes.
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