Se está obligado a la esperanza, más en la Navidad. El país y el mundo ha vivido una aterradora experiencia por la inesperada crisis sanitaria. Son muchos los que han padecido el contagio y en nuestro país son cientos de miles los hogares que han perdido a uno de los suyos. Nada parecido, ni siquiera una injusta guerra provoca el costo humano de lo vivido.
Se quisiera pensar que con el nuevo año inicia el principio del fin. No será así. Incluso puede ser que lo peor venga en los próximos meses. La inmunidad es un proceso desesperantemente lento, más con las insuficiencias que en nuestro país se padecen y, sobre todo, si prevalece el criterio estalinista del Dr. López Gatell anunciado hace semanas. El gobierno debe hacer todo para que arriben las vacunas y propiciar que la infraestructura médica pública, social y privada hiciera su parte. Conforme más pronto mejor.
Nueve meses de arribo del nuevo coronavirus. Un gobierno torpe que hasta el momento se ha resistido a hacer su parte para contener el problema. Sin fundamento alguno se presumió ser ejemplo, cuando ahora las cifras mismas acusan y condenan. Un líder médico que renunció a su oficio para volverse parte de la demagogia y la mentira. Un recurrente ejercicio de regatear la realidad y de someter la acción a la lógica de la política en demérito de la ciencia.
Hay responsabilidad criminal. Muchas muertes pudieron evitarse. La estrategia fue un error que ha costado la salud y hasta la vida de muchos. Actuar a tiempo, realizar pruebas en suficiencia o recomendar el uso del cubrebocas no requería mucho. Seguramente lo primero se decidió para manipular las cifras del contagio y de los decesos, es difícil creer en otra razón. Lo del cubrebocas es necedad de quien manda y criminal obsecuencia del supuesto hombre de ciencia. Ojalá y existiera la oportunidad para una investigación a cargo de la ciencia médica, con consecuencias no a manera de venganza, sino de sanción ejemplar para no reincidir.
Como sucede con las personas, así habrá de acontecer con los países. La enfermedad habrá de superarse, pero no sus efectos, su secuela. Llevará mucho tiempo alcanzar la situación que existía previamente a la crisis. Muchas promesas habrán de posponerse, México habrá de ser más pobre y desigual, no solo por la pandemia, sino también por lo errático de la conducción económica del gobierno nacional. Pero el régimen de las otras cifras difícilmente acusará recibo de lo que dicte la realidad. El engaño se ha instalado no solo en el encuentro mañanero del Presidente con los medios, sino en las mentes y corazones de muchos mexicanos, ávidos de esperanza gratuita, esto es, de un mejor mañana sin pagar el precio para que así sea.
En eso estaría la solución a muchos de los problemas nacionales, que cada cual cumpliera a plenitud su parte, desde el espacio que a cada cual correspondiera. Se puede pensar que lo que ahora ocurre es una dolorosa experiencia para entender que el autoritarismo y paternalismo, propio del pasado no es camino para nada bueno, ni siquiera para una mejoría transitoria. Es deseable que el dolor que ahora agobia sea el tránsito a una auténtica y digna ciudadanía.
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