La cita con Rosario Robles era a la una de la tarde en su modesta casa de Los Reyes, Coyoacán, donde ha vivido desde que la conocí en sus tiempos de perredista y cuando usaba lentes. Pensé que cuando abrieran la puerta me iba a encontrar con una mujer disminuida, resentida por los tres años que pasó en Santa Martha Acatitla —sin sentencia— por un delito que no amerita prisión preventiva: ejercicio indebido de la función pública. Me equivoqué. Me sorprendió el buen aspecto de la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México, quien a la hora del encuentro cumplía aproximadamente 135 horas de libertad.
Llevaba el pelo suelto, bien peinado, un vestido negro con estampado de flores. Calzaba botas oscuras. No se le notaba maquillaje. La sonrisa era de oreja a oreja. Nada que ver con la mujer de pelo recogido y suéter rojo que vimos a la salida del reclusorio, donde pasó poco más de tres años encerrada.
La había visto personalmente, por última vez, en Santa Martha, semanas después que el juez Delgadillo Padierna la enviara a la cárcel. En esa ocasión había perdido 10 kilos, se le veía delgada, demacrada, desconcertada por las traiciones.
Llevaba en la mirada el miedo a la persecución y en su mente la convicción de que iba a pasar años en el encierro. Dice no sentir rencor, ni deseos de vengarse de quienes la traicionaron o la usaron. “Soy mujer de justicia, no de venganza. No lo voy a hacer ahora”, subraya.
* Mariana, su muy guerrera hija, salió a recibirme. Rosario y tres juguetones gatitos negros ya me esperaban en el pasillo. Me sorprendió el buen aspecto de la exjefa de Gobierno. No esconde la alegría que siente por estar de nuevo en casa, sin escuchar los insoportables ruidos en su celda. Por fin está permanentemente con su hija, ve a famiiares y amigos, respira. Lleva su proceso en libertad, como debió ser desde un principio. “Tres años y no me encontraron nada”, dijo.
Rosario estaba “sorprendida” de encontrase fuera de la cárcel. Admitió que no lo esperaba tan rápido. Salió de prision el mismo día que detuvieron a Jesús Murillo Karam por delitos que no se sostienen por ningún lado —tortura, desaparición forzada y obstrucción de la justicia en el caso Ayotzinapa—, pero que significan el aplauso de la tribuna.
En política no hay casualidades y, si las hay, es que están bien preparadas, decía el desaparecido expresidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt.
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