Cuando escuché, a principios de este mes, las primeras versiones de la salida de Esteban Moctezuma de la Secretaría de Educación Pública –una de ellas, en voz del reportero Andrés Becerril– busqué a Carlos Ornelas, nuestro especialista en el tema, para preguntarle al respecto.
Carlos me dijo que le había llamado la atención que, en su informe del 1 de diciembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador no hubiese hecho una sola mención de la Nueva Escuela Mexicana como un logro de los primeros dos años de su gobierno.
Moctezuma había sido el portaestandarte de la NEM. La definió como “una nueva pedagogía, una educación integral para la vida basada en el aprendizaje colaborativo”, resultado de los foros estatales que organizó el gobierno federal en el proceso de eliminar la “mal llamada reforma educativa”.
En julio pasado, el secretario explicó que, con base en la revisión de 94 mil ponencias, se había diseñado una propuesta alterna, que iba más allá de la enseñanza de materias tradicionales –las matemáticas y la lectoescritura– para incorporar “civismo, ética, cultura de paz, artes y deporte”.
Sí, resultó extraño que el tema no mereciera una sola referencia por parte del Presidente. De hecho, en un discurso de 4 mil 265 palabras, sólo tres veces dijo “escuela”, una de ellas para hablar sobre los ganadores de la “rifa del avión presidencial”; otra para aludir a la formación de deportistas y una más para mencionar el programa de mantenimiento de los centros educativos. Encima de eso, me dijo Ornelas, el mandatario había impulsado la basificación de 300 mil maestros cuyas capacidades no estaban probadas, algo que no había sido del agrado de Moctezuma.
¿Qué fue lo que produjo la salida del titular de la SEP en medio de un esfuerzo extraordinario para llevar las clases a los alumnos en medio de la pandemia mediante el programa La Escuela en Casa? Por la información disponible no está muy claro si Moctezuma pidió su relevo o le pidieron la renuncia. Tampoco si él quiso irse a la embajada en Washington o si el Presidente se lo solicitó.
No cabe duda que representar a México en Estados Unidos es un encargo de alto honor y gran responsabilidad, por lo que sería difícil decir que Moctezuma fue degradado. De hecho, aquí aplicaría el dicho popular de que cayó parado. Pero el que la SEP cambie de jinete en medio de un río de aguas embravecidas como es la pandemia no es lo usual, especialmente porque el regreso a clases presenciales va a requerir un operativo muy delicado.
Tampoco es habitual que un país anuncie el nombramiento de un embajador sin avisar primero al país que tiene por destino, mucho menos un país con el que se tiene una relación tan relevante como es Estados Unidos. La costumbre es que primero se informe al gobierno del otro país, para que éste dé el beneplácito (o plácet) al eventual embajador.
El anuncio de la propuesta de que Moctezuma se vaya a Washington fue precedido por la inopinada renuncia de la embajadora Martha Bárcena, quien el lunes 14 –el mismo día que el Colegio Electoral de Estados Unidos ratificó el triunfo de Joe Biden en la elección presidencial del 3 de noviembre– dio a conocer que se jubilaría del Servicio Exterior.
No debe cuestionarse si Moctezuma tiene las tablas para realizar un buen papel como embajador. Tampoco si hizo un trabajo serio en la SEP, pues ahí está su atinada decisión de cerrar las escuelas de manera oportuna para evitar la propagación del coronavirus, en momentos en que el subsecretario Hugo López-Gatell sostenía que había que esperar a que hubiese más contagios.
Pero aun así, estos movimientos resultan heterodoxos y no parecen guiarse por un plan estratégico ni en materia educativa ni en lo relativo a la relación con el nuevo gobierno de EU.
Ver más en Excélsior