Un turista que viaje a México en estos tiempos se encontrará con un ritual curioso en la televisión mexicana matutina.
Hace poco, un colega estadounidense que estuvo de visita me llamó para decirme lo sorprendente que le resultó la ubicuidad de las conferencias mañaneras de Andrés Manuel López Obrador. “Parece estar en todos lados,” me dijo.
No le falta razón. Ya sea en transmisión sin cortes, cobertura intermitente o “streaming” en la página principal de buena parte de los diarios mexicanos, el presidente de México lo ocupa todo en las mañanas. Es el narrador en jefe de la vida nacional y, a través de ello, nuestro gran protagonista. Ahí está en las pantallas de un restaurante en el aeropuerto o en un desayunador en provincia, cumpliendo su cita diaria con los medios y, mucho más importante para su proyecto personal del gobierno, con la gente que lo escucha y lo ve. Durante dos horas, el hipotético turista, como mi colega estadounidense, será también testigo de la peculiar dinámica que se establece entre los periodistas y el presidente, esa mezcla entre adulación descarada, propaganda y, en ocasiones, el intento de un intercambio periodístico revelador. Una dinámica, por cierto, que no se explica sin las reglas impuestas por los encargados de comunicación de presidencia y la aquiescencia de los medios mexicanos. Y así, dos horas. Todos los días. “Esto es televisión oficial disfrazada,” me aseguró mi colega.
A estas alturas, después de las lecciones que nos ha dejado un año, tiene razón.
Primero lo primero. En un principio, la idea de que el presidente de México compareciera todos los días frente a los medios de comunicación para entablar un diálogo que prometía ser plenamente abierto, respetuoso de la evidencia más elemental y con reglas que privilegiaran el periodismo resultaba una apuesta innovadora y loable. El hermetismo desde el poder es siempre una maña señal. Por eso, la postura lopezobradorista por la transparencia se antojaba tan prometedora. El problema es que las mañaneras han dejado de ser un ejercicio periodístico para convertirse en algo muy diferente. Han dejado de priorizar la rendición cotidiana de cuentas para volverse, a veces de manera descarada, un mecanismo propagandístico que recuerda, en efecto, a un ejercicio de televisión oficial cuya intención es permitir al presidente establecer una agenda, una versión de los hechos y, peor todavía, el manejo astuto de su popularidad. En otras palabras: el presidente no está interesado en rendir cuentas sino en consolidar su audiencia. Lo primero amerita atención periodística y difusión mediática; lo segundo, no. Lo primero es periodístico; lo segundo es político.
Hay solamente un argumento para justificar la presencia (y muchísimo más la difusión obsesiva en canales de cable o páginas de internet) de la prensa en la comparecencia de un funcionario público, desde un presidente hasta un vocero de rango menor. Si el funcionario se presenta frente a los medios para cualquier otra cosa que no sea rendir cuentas y responder a los cuestionamientos periodísticos de los reporteros de la fuente, la conferencia de prensa no merece cobertura, y mucho menos exhaustiva. Y no merece cobertura porque no es noticia. Es otra cosa y tiene otra intención.
Con información de El Universal: http://bit.ly/2QPmRQw