Termina octubre. Los resultados cosechados generan un creciente ánimo de confrontación y polarización. La economía estancada, el doble discurso del gobierno en el caso de Baja California, el fracaso en seguridad, la torpeza y arbitrariedad con la que el gobierno ha conducido su comunicación y finalmente su obstinación con Santa Lucía, incrementan las percepciones de que el gobierno va al fracaso. Minimizar la responsabilidad del gobierno en no crecer (Estados Unidos lo hace a 1.9%) es vano; defender el lado humanista de la derrota es patético y decir que Santa Lucía puede ser una opción aunque el gobierno sea incapaz de explicar cómo se van a conectar los aeropuertos, es irracional. La obstinación del gobierno invita a pensar lo peor. Malos datos sí, pésima actitud también, pero me parece precipitado condenarlo al fracaso creo que hay todavía elementos positivos a considerar.
Tenemos un presidente popular que sigue generando confianza en la base y eso ha sido nuestra manera de renovar la democracia. Puede no gustarnos pero es lo que el pueblo eligió; tenemos un gobierno aprobado por sus bases pero derrotado por la realidad. Por ello sigo viendo una oportunidad que consiste en comprender el particular contexto político del país y la disposición anímica de AMLO. Me explico. El presidente sigue siendo un gigante político, pero al mismo tiempo es un enano presupuestal. Sus tesis de que la reducción de la burocracia y del combate a la corrupción permitirían un inagotable flujo de recursos (sin incrementar impuestos) se topa ante la frialdad de los números. Se supone que ya no hay corrupción y ni eso ni las pensiones de los expresidentes o topar los sueldos de la burocracia han resuelto el grave problema presupuestal. Y finalmente tenemos un presidente desatento de los temas operativos, como lo demuestra la chapuza que presentaron en el operativo Culiacán. Mientras el ejército veía las de Caín (AMLO dijo que estuvimos a punto de entrar en guerra ) el comandante en jefe andaba de viaje. Hay ciertas cosas que pueden cambiar si se modifica la actitud y se concentra en gobernar.
Por otro lado, ha tomado decisiones para reafirmar el poder político sobre el económico (NAIM) pero éstas no han sido redituables y la inversión en general se ha caído. El presidente debería reconocer que hay un particular equilibrio de poderes entre el económico y el político con el que tiene que lidiar si quiere ser exitoso. No tiene otra vía. Sé que los críticos no le dan ya credibilidad al lado pragmático del presidente pero ante las pésimas cifras aún puede corregir y equilibrar esta exuberante ideología estatista igual que cambió de política migratoria cuando las cosas llegaron a un extremo insostenible. Existe, en suma, todavía la posibilidad de reorientar el sexenio. Tal vez sea voluntarismo por mi parte, pero creo que su defensa del TMEC y su (saludable) obstinación por tener un paquete económico en equilibrio son buenas señales que debemos ponderar.
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