Los primeros días de ese 1960 fueron de alegría para algunas decenas de chamacos capitalinos, ingeniosos, seguramente muy latosos… y afortunados. Eran los ganadores del “Gran Concurso Infantil de Dengues”, que, en el enorme cine Palacio Chino, había sido la sensación del naciente invierno: acumulaba semanas de éxito una curiosa comedia: Dos Fantasmas y Una Muchacha, donde TinTan alternaba con su hermano menor, un muy joven Manuel, El Loco Valdés, que le ponía el toque delirante a la historia, aportando una notable cantidad de visajes, contorsiones y “caras”, que mataban de risa al auditorio.
Con mucha visión comercial, los distribuidores del legendario cine convocaban a concurso diario, y los diez niños que mejor imitaran al Loco, se llevaban a casa un par de patines. Ese tipo de divertimento masivo, en contraste con la catarata de albures y juegos de doble sentido que hoy caracterizan a las producciones mexicanas del género de comedia, mirado a más de medio siglo de distancia, se antoja de enorme inocencia, pero formaba parte del entretenimiento “familiar” que abundaba en cine y en televisión. Para completar el éxito de la película, en ella el Loco cantaba su personalísima versión de Witch Doctor, que en Estados Unidos cantaban Alvin y las Ardillas, y que en México, muy mejorada por el estilo de Valdés, era conocida como Médico Brujo.
El ciclo escolar de educación básica comenzaba en enero. Se empezaba el año haciendo a un lado los regalos de Navidad y de Reyes, dejando para después de la escuela los juegos y el entretenimiento. Que el país iba adoptando ciertos modos y costumbres de la cultura estadunidense se notaba en las fiestas de fin de año, porque ahora también Santa Claus llegaba a algunos hogares mexicanos. Una de las sensaciones de la última Navidad de los años 50 fue que, en la costosa tienda departamental de la calle de Durango, levantada en el mismo emplazamiento donde alguna vez se encontró el Toreo de la Condesa y donde había triunfado el torero Gaona y brillado el gran Enrico Caruso, el gordo anciano vestido de rojo había llegado, ¡nada menos que en helicóptero! Para tomarse la foto con los niños cuyos padres podían pagar esos pequeños lujos.
Entonces, como ahora, los regalos que colmaban la alegría de los más chicos, y de los adolescentes, eran esperados con inquietud, con emoción. Patines, bicicletas, carritos en miniatura; con suerte, el carísimo coche de pedales que sería la envidia de toda la cuadra, porque, sí, los niños salían a la calle, a su calle, a jugar con los vecinos, con toda tranquilidad.
LA VIDA ENTRE LA RADIO Y LA TELEVISIÓN. La tecnología comenzaba a ejercer su encanto en esas generaciones que empezaban a crecer con la televisión, y por ella se asomaban al mundo, a través de películas y noticieros.
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