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jueves 26 diciembre 2024

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por etcétera

Se fue como llegó: a escondidas, como el delincuente que es. A las 8 de la mañana, Donald J. Trump y su esposa Melania salieron por última vez de la Casa Blanca con destino final en Florida. Antes de abordar el avión presidencial, también por última vez, Trump dio un breve discurso en la base aérea Andrews. Estaban su familia, y el último de sus jefes de gabinete, Mark Meadows. Trató de reunir más gente, pero le fue imposible: ya nadie quiere tener nada que ver con Trump.

Su último día en funciones lo usó para repartir más de 140 indultos presidenciales, entre ellos el de su filósofo de cabecera, el impresentable Steve Bannon, que estaba en medio de un proceso judicial por levantamiento ilegal de fondos. El resto fue para personajes menores, todos ellos cómplices de diversas tropelías. Su pandilla, pues.

Los perdones grandes, los que todos esperaban, no se produjeron. No perdonó a sus hijos, ni a sus yernos, ni, más importante, a sí mismo. Hay quienes sospechamos que, dado el tono conciliatorio de los últimos días en el poder, Trump llegó a algún acuerdo con Joe Biden, y en una de ésas, el nuevo presidente le otorga un perdón.

Los problemas de Donald ni así terminarían. Las dispensas presidenciales sólo abarcan delitos federales, y hay varios fiscales estatales tras los huesos trumpianos, notablemente los de Nueva York, del Distrito de Columbia y de Florida. Sus hijos, sobre todo Ivanka y Don, Jr., son particularmente vulnerables. Es claro que Trump no dimensionó la reacción que causaría su ridículo intento de aplicar un autogolpe de Estado.

El haber incitado a las turbas trumpianas, compuestas de neonazis, supremacistas blancos y otros bichos similares, a asaltar el Capitolio, causando cinco muertes y poniendo en riesgo la vida de los congresistas y su propio vicepresidente, finalmente reventó la burbuja, y provocó la indignación de muchos políticos que aún lo apoyaban. Van más de 100 arrestos por el incidente, muchos bajo cargos de incitación a la violencia, sedición y otros delitos. Quienes arengaron a la multitud el 6 de enero por la mañana en la Casa Blanca, mandándolos al Capitolio, son vulnerables a estos cargos. Entre ellos están Trump, su hijo mayor Don, Jr. y su abogado Rudy Giuliani. Ninguno tiene perdón aún.

Los gastos legales que todo esto implicará para la familia no pueden llegar en peor momento. El imperio Trump se está derrumbando ante nuestros ojos. La ciudad de Nueva York ya le canceló todos los contratos de servicios que tenía con su empresa. Puso a la venta su hotel en Washington, pero no hay compradores. El nombre Trump se ha vuelto tóxico, y nadie quiere asociarse con él. Los campos de golf pierden dinero, y la Asociación de Golfistas Profesionales le retiró uno de los cuatro torneos mayores que organiza cada año, alegando que los patrocinadores no participarían en un campo de Trump. En Florida, sus vecinos de Mar-a-Lago lo demandaron para impedir que viva en las instalaciones de su club, como lo prometió por escrito.

Por si fuera poco, enfrentará un juicio de destitución en el Senado que bien podría perder, y que desembocaría en una prohibición vitalicia para ocupar cargos públicos.

Bueno, no puede ni quejarse, porque está impedido de usar redes sociales por mentiroso. Todas.

A saber cómo estén las cosas en su matrimonio, pero sí sabemos que él terminó en apenas 34% de aceptación ciudadana, el número más bajo de la historia para un presidente saliente, Melania apenas rebasó el 50%, y se convirtió en la primera dama peor evaluada de la historia. El joven Barron, su hijo más pequeño, no apareció para nada en los últimos días, y no parece que el enlace se alargue gran cosa.

Trump se quedó solo. Fue una pesadilla. Ya se acabó.

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