Está resultando muy complicado convencer a las personas de la magnitud de la crisis que enfrentamos. La razón es muy simple: no afecta a todos. A diferencia de las sufridas en 1982 o 1995, que fueron reconocidas de inmediato, ahora ocurre como en 2009, no la percibe una proporción muy grande de la población. Esto se debe a que no hay inflación importante, ni el tipo de cambio es lo que era.
A inicios de 1982, un dólar costaba 25 pesos; al cierre del año, se necesitaban 150 pesos para comprarlo. Un ajuste de ese tamaño implicó un empobrecimiento general, que se tradujo rápidamente en inflaciones crecientes. La inflación en 1981 era de 28 por ciento, en 1983 llegó a 104 por ciento. En dólares, todo mundo perdió 5/6 de su riqueza. En pesos, su ingreso se redujo a la mitad. Todos sufrían.
Con el ‘error de diciembre’ de 1994, el peso pasó de poco más de 3 por dólar a 8 por dólar. La inflación creció de 7 a 52 por ciento en el transcurso de 1995. Las tasas de interés superaron el 100 por ciento, cuando en 1994 habían llegado a niveles de un dígito. Todos lo resintieron.
Hoy, la inflación se mantiene bajo control. Aunque ha crecido un poco, seguimos en el rango objetivo del Banco de México. El dólar lleva ya 25 años ajustándose diariamente, y los mexicanos han aprendido a no angustiarse de más. Además, ese ajuste cotidiano ha permitido que pasemos de 9 pesos por dólar en 2008 a 22 en estos días sin saltos abruptos. Gracias a eso, la mayoría de los mexicanos hoy no percibe directamente la crisis.
Lo que hoy enfrentamos se concentra en las personas que han perdido su empleo o su ingreso. Sin duda también la resienten los empresarios que no están vendiendo, o cobrando, y que saben que tendrán que recortar personal pronto. Pero al menos 80 por ciento de los mexicanos no ha sentido el golpe. En el peor momento, en abril, habían perdido su empleo 12 millones de mexicanos (de un total de 55.7 millones que tenían trabajo en marzo). En términos de ingresos, lo peor ocurrió en mayo, con una contracción de -28 por ciento en el promedio nacional. En julio, los empleos perdidos frente a marzo son nada más 6 millones, 10 por ciento de la población ocupada en marzo. Por cierto, estos datos vienen de la ENOE, que Inegi ha vuelto a publicar.
Sin embargo, conforme la actividad económica se mantiene claramente por debajo de lo que teníamos hace unos meses, es más difícil que estemos todos al margen. Poco a poco, el golpe se extiende, en la forma de salarios que no suben, o incluso se reducen un poco, en ventas que no ocurren, en cuentas que no se cobran, y en una inflación que, decíamos, ha llegado ya al límite razonable para el Banco de México.
Si quiere usted una imagen, mientras las crisis de 1982 y 1995 fueron una caída al precipicio, la actual es de arenas movedizas. No se siente mucho, pero tampoco puede uno moverse, y poco a poco el piso va cediendo. Despacito. Esto podría cambiar si, como ayer comentábamos, perdemos el grado de inversión. Eso puede acelerar el proceso, pero no será tampoco como las crisis antiguas: habrá un ajuste cambiario, pero no una hecatombe. Ni parece posible una aceleración de la inflación fuera de control.
La crisis que hoy vivimos impacta con toda su dureza a uno de cada cinco mexicanos, mientras los cuatro restantes casi no la notan. Pero todos, por varios años, estaremos inmersos en el pantano. Una economía menor a la de 2018, que deberá hacer espacio a cada vez más personas, usando el ingreso como variable de ajuste. Ese empobrecimiento es lento, y no se siente, pero ahí estará.
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