viernes 22 noviembre 2024

Recomendamos también: Benito Dios, por Roberta Garza

por etcétera

Hace una semana, en su discurso al pleno de las Naciones Unidas, nuestro Presidente apareció a cuadro con la corbata chueca y el cuello doblado. Así presumió López Obrador sus dotes de estadista, contándole a los líderes del mundo cómo rifó un avión presidencial que ahora procederá a vender, pasando a recordarles las cuatro épocas fundacionales de México: la Independencia, la Reforma, la Revolución y la suya. En el proceso, AMLO se salió del guion amorosamente preparado por su canciller para detenerse en dos de sus personajes favoritos: Juárez y Mussolini. El segundo, les dijo, fue nombrado en admiración al primero, “un indígena zapoteco, Benito Juárez García”.

El que se haya bautizado como al Benemérito a un fanfarrón pomposo y engolado, lamesuelas de Adolfo Hitler y asesino, no es precisamente el mejor de los adornos de la ilustre vida de Juárez; allí está la hermosa y halagadora carta que le enviara Víctor Hugo para pedirle clemencia para Maximiliano, por ejemplo. En vez, López Obrador eligió destacar la relación fortuita del zapoteco con el padre del fascismo.

Hijo de Alejandro y Rosa, un herrero socialista y una maestra recalcitrantemente católica, Mussolini huyó a Suiza para escapar del servicio militar. Regresó marxista, pero viéndose expulsado del partido socialista por sus posturas belicosas, se declaró nacionalista y creó las ‘Fasci di Combattimento’, fuerzas de choque violentas y fanatizadas contra el activismo de izquierda que antes promulgara. Estas se convertirían en las odiadas camisas negras de su Partido Nacional Fascista que, en octubre de 1922, enarbolando la bandera de la ley y el orden, marcharían sobre Roma para acogotar a la monarquía parlamentaria de Vittorio Emanuele.

El bufón gesticulante solo salía enfundado en gorros y botas para paliar su corta estatura. Como buen cobarde matoncito, encarceló o asesinó a sus opositores; despidió a los funcionarios públicos que se negaron a jurarle fidelidad absoluta; declaró ilegales a la prensa y a los partidos políticos; nacionalizó lo que pudo y copó las organizaciones sociales y culturales en aras de darle a las juventudes italianas una educación “moral”. Al caer el Tercer Reich, fue linchado por su propio pueblo y colgado de los pies. La viñeta no solo pone en entredicho el compromiso de López Obrador con la democracia, sino que resalta su provinciana ignorancia, incontenible fuera de su corte de aduladores: la ONU fue fundada en 1945 por 50 países, el nuestro incluido, con la intención de neutralizar al Eje —Japón, Alemania e Italia; sí, la Italia de Mussolini—, esperando que la mediación de los Estados en un espacio territorial neutro impidiera el resurgimiento de coaliciones totalitarias que llevaran al mundo de nuevo a la guerra. Desde entonces México ha hecho allí un papel marginal, pero mayoritariamente digno, quizá con la excepción de cuando, en abril de 1985, nuestro representante ante el organismo, Porfirio Muñoz Ledo, sacó una fusca para con ella romperle el vidrio a gritos y a culatazos a un ingenuo que osó rozarle el coche en el estacionamiento de la institución.

Porfirio puede darse hoy por superado.

Ver más en Milenio

Autor

También te puede interesar