“En las democracias, las revoluciones son casi
siempre obra de demagogos”
Aristóteles.
No pasará, lo sé bien, pero…
Las mañaneras son parte del estilo populista del Presidente López Obrador, el sello característico de su gobierno que, durante aproximadamente dos horas todos los días, intenta transparentar el quehacer de los trabajos de su administración en la materia que se quiera, hasta en el beisbol.
En las mañaneras se habla de decenas de temas, a veces son un tanto calcas, copias de frases hechas que remarcan la ideología de la Cuarta, otras son muy enriquecedoras y un gran ejercicio de transparencia o de diálogo al estilo del ágora griega, pero también son muy peligrosas para la estabilidad política, económica y de seguridad, son peligrosas para la estabilidad del Estado mismo.
En una mañanera el Presidente ordenó revelar el nombre de un militar de alto rango y puso en juego su integridad estirando a niveles harto preocupantes la liga de la lealtad del ejército, pero también en otra mañanera el Presidente se aventó broncas, sin mucho sentido, contra los organismos económicos internacionales, en una más reciente, hace un par de días, López Obrador se enteró, en tiempo real, de un tuit del Presidente Trump en donde le ofreció su ayuda para intervenir en la crisis de seguridad y también en tiempo real tuvo que responderle.
Nadie en el mundo ha copiado el estilo de las mañaneras justamente por el riesgo que representan, no creo que la capacidad de López Obrador para manejar la palestra esté en duda, lo ha demostrado con creces, pero sigue siendo humano, uno muy poderoso que puede generar una crisis por sus declaraciones improvisadas y pasionales.
La idea romántica del Estado se pinta muy bien en las mañaneras, un diálogo circular, un pueblo que habla libremente con su mandatario que, noble, comprensivo y prohombre escucha a su gente y la protege tomando las mejores decisiones, consensuadas siempre a través de la comunicación, cuasi mágica, de él con la masa toda. Empero es solo eso: una idea romántica, una caricatura, una ilusión que se limita a vivir en el mundo de la fantasía de los otros datos.
Somos una nación compleja en un mundo aún más complejo, conectado entre sí permanentemente, la idea de una aldea que discute a la luz de la mañana cuál es el bien común no pasa de una ficción que llevada a la realidad puede tornarse, más allá del ridículo, en un error estratégico donde no habrá vuelta atrás tan fácilmente.
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