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miércoles 06 noviembre 2024

Recomendamos también: El Presidente y las mujeres, por Pascal Beltrán del Río

por etcétera

En la visión del presidente Andrés Manuel López Obrador sólo hay dos clases de mexicanos: quienes se rinden ante sus deseos y puntos de vista y quienes no están dispuestos a hacerlo. Parece creer que a los segundos sólo necesita aplicarles un poco de presión para que cedan y se pasen al otro bando. Para eso sirven las conferencias mañaneras: para ablandar a los “adversarios” a base de puyas. En casos extremos, la amenaza de pasar muchos años en la cárcel es el remedio.

Sin embargo, con las mujeres organizadas, el Presidente encontró su límite. Los colectivos sin cabeza no responden al tratamiento como los individuos o los grupos con liderazgo identificado.

Desde la campaña electoral, López Obrador batalló con las mujeres. Ya lo he contado aquí, pero vale la pena repetirlo: ellas son el único grupo de la sociedad que no otorgó la mayoría de sus votos al hoy Presidente. De acuerdo con Parametría, el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia se llevó 49% de los votos de las mujeres, contra 65% de los de los hombres. En todos los demás sectores —ya sea de edad, ingreso o escolaridad—, López Obrador obtuvo al menos la mitad más uno de los sufragios (para detalles, revisar Mujeres en la Cuarta, la entrega del 11 de febrero de 2019 de esta Bitácora). Como dato adicional, los otros tres candidatos presidenciales consiguieron más adhesiones de mujeres que de hombres.

¿Qué veían ellas en López Obrador que llevó a la mayoría (51%) a votar por un aspirante distinto? Quizá no tengamos elementos suficientes para saberlo con certeza. Pero ese dato ha resultado premonitorio. El Presidente ha demostrado no entender las demandas del feminismo y, peor aún, no ha tratado de hacerlo.

Llámese la cancelación de los apoyos para madres trabajadoras —como las guarderías subrogadas y la educación inicial— o las constantes descalificaciones para el movimiento de mujeres organizadas, es evidente que López Obrador no ha gobernado pensando en ese sector de la población.

Ha tenido muchas oportunidades de tender puentes con las mujeres, pero en cada una de ellas ha optado por la cerrazón. Desde hace algunas semanas, decidió apuntalar la candidatura a gobernador de un hombre que ha sido acusado de abuso sexual, pese al rechazo abierto que provoca.

Esa postura demuestra, por un lado, que el Presidente no acepta que le impongan cosa alguna y que está dispuesto a mantener cualquier idea suya por encima de toda consideración e incluso exigencia colectiva. Por otro, que no siente la necesidad de atender las reivindicaciones de las mujeres en un país azotado por la violencia de género.

El viernes pasado, esa postura alcanzó su clímax al ordenar la colocación de una muralla alrededor de Palacio Nacional para aislarse de las movilizaciones previstas para hoy, Día Internacional de la Mujer.

Es verdad que no es la primera vez que el poder se atrinchera para evitar la arremetida de manifestantes, pero no cabe duda que la erección de una barrera contra todo un género resulta un hecho inédito en México.

La muralla es un obstáculo físico de durísimo acero —probablemente infranqueable, aunque ya lo veremos hoy—, pero también es un símbolo: la indisposición de escuchar.

El Presidente se ha convencido a sí mismo de que todo aquel que discrepa de él se convierte en “adversario”, eufemismo que emplea para nombrar a sus enemigos. Contra ellos echa mano de la presión, como digo arriba, para tratar de doblarlos, con frecuencia acusándolos de supuestos pecados morales o faltas a la ley.

Al movimiento feminista no sólo no le ha dado el lugar que merece como interlocutor, sino que ha tratado de desprestigiarlo haciendo creer que es manipulado por hombres. Por supuesto, hombres que son sus “adversarios”.

Algunos lambiscones han llamado a López Obrador “el Presidente más feminista de la historia”. Y ponen como prueba que haya nombrado al mayor número de integrantes mujeres en un gabinete. Aunque la conclusión no se sostiene, quizá haya ahí el único caso en el que el mandatario no duda en aplicar la paridad de género: a la hora de exigir la sumisión de sus compañeros de viaje, él no distingue entre hombres y mujeres.

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