¿Se acuerdan de Donald Trump cuando afirmó que podría matar a alguien en la Quinta Avenida y la gente lo perdonaría?
En el instante en que el Senado de la República se negó a aprobar la llamada Ley Taibo hasta en tanto Paco Ignacio Taibo pidiera una disculpa pública por sus palabras soeces emitidas en un foro público, éste, ni tardo ni perezoso, ofreció la disculpa en un tuit. Obvio: la suculencia del puesto está muy por arriba de su dignidad intelectual.
Haciendo eco del Rey Lear, Taibo diría: “Ofrezco mi honestidad por un puesto”.
Más allá del detalle de la extrema miseria humana del probablemente próximo director del Fondo de Cultura (¿?) Económica de México, lo importante es lo que subyace en el turbio fondo de su honesto y cándido exabrupto.
La arrogancia de Taibo está en completa consonancia con la arrogancia del futuro gobierno de la República. Viene arropado con la convicción de que le pueden imponer lo que sea al país, y éste lo tendrá que aceptar.
¿Se acuerdan de Donald Trump cuando afirmó que podría matar a alguien en la Quinta Avenida y la gente lo perdonaría? Esa misma arrogancia es la que expresó Taibo con su afirmación de que, sea como sea, será director del FCE porque Andrés se lo dijo.
Pueden, incluso, imponer su “moral” a la República, y todos la tendremos que acatar. ¿La moral de Félix
Salgado Macedonio, Nestora Salgado, Napoleón Gómez Urrutia, Elba Esther Gordillo, Manuel Bartlett, Claudia Sheinbaum, Gabriel García Hernández, Octavio Romero Oropeza?
Todos ellos tienen pendientes legales y/o morales con la ley. Y eso que no incluí en la lista, la otra, más larga, de todos los funcionarios del PRD, PRI, PAN, Verde y PT que se sumaron a Morena para evitar juicios legales por corrupción.
Cambiarán las leyes para que toda la administración pública del país quede postrada ante los pies y designios del nuevo Presidente y su equipo.
Habrá fiscales carnales por doquier. El presupuesto federal será la bomba atómica con la que el nuevo equipo gobernante pretende subordinar a gobernadores, jueces y magistrados, legisladores de todos los niveles y presidentes municipales y alcaldes. Todos, absolutamente todos, se tendrán que subordinar al nuevo centralismo autoritario.
La retórica que se emplea, pretextando la lucha contra la corrupción, misma que floreció en la administración capitalina de AMLO (acuérdense de Robles, Sheinbaum, Bejarano, Imaz, la Secretaría de Finanzas y la Oficialía Mayor con la destacada colaboración de Carlos Ahumada), servirá para justificar la definición, centralmente, de todos los contratos y adjudicaciones de la República. El dinero fluirá, sí, pero en una única dirección y hacia un solo cajón.
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