Hoy lunes 1 de junio, en medio de una muy alta confusión pública, millones de mexicanos rompieron la “sana distancia” y salieron a la calle en busca de la “nueva normalidad”.
Lo hacen en el pico de la infección y de las defunciones por covid-19, sin haber recibido de las autoridades instrucciones precisas sobre cómo protegerse de la epidemia, a sí mismos, a sus familiares y a la sociedad con la que tendrán contacto.
En realidad, los millones de mexicanos que romperán hoy la sana distancia en busca de la “nueva normalidad”, saldrán del confinamiento habiendo recibido de sus autoridades mensajes contradictorios.
Por un lado, todo el país ha sido declarado en semáforo rojo, situación de “riesgo extremo”; por otro lado, el Presidente reanuda sus giras en territorios rojos también; por un tercer lado, siete gobernadores declaran que no seguirán en sus estados las directrices del gobierno federal. Se harán con sus propios criterios sus propios trajes a la medida.
En medio del desorden, quizá esta última sea la mejor decisión que pueda tomarse: determinar cada quien el riesgo que va a correr y hacerse un traje a la medida.
El riesgo varía enormemente de ciudad a ciudad, de colonia a colonia dentro de las ciudades, de pueblo a pueblo. Varía enormemente también de actividad a actividad. Acudir a trabajar a una fábrica es muy distinto que acudir a una obra en construcción, a un hotel turístico, a un supermercado o a un mercado popular.
Para ninguna de esas cosas hay protocolos claros, ni normas generales obligatorias, como el uso de máscaras y cubrebocas.
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