Víctor Manuel Toledo es un ecologista reconocido, por su trayectoria académica y por sus posiciones ideológicas. Desde que fue nombrado secretario de Medio Ambiente, en mayo del año pasado, ha sido un funcionario con poca visibilidad, aunque cuando habla siempre genera controversia. Algunas de sus declaraciones rozan los linderos del absurdo, como cuando se pronunció contra la energía eólica porque “atrapa los aires de los pueblos indígenas”, o una más reciente que lo puso al umbral de su cese, al mostrar las contradicciones al interior del gobierno y al desinterés del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre el medio ambiente.
Pese a que desnudó las limitaciones del cambio que busca el Presidente, lo defendió, como un hombre honesto. La honestidad, lo hemos visto bien, es concebida por López Obrador como símbolo de pureza, integridad y de lo incorruptible. También ya sabemos que su concepto es discrecional y que los impuros y corruptos son aquellos que no están con él. Para sus fieles e incondicionales, nunca hay sanción, sino eterno perdón y tolerancia.
López Obrador es un hombre religioso, que se mueve en la praxis entre el Viejo y el Nuevo Testamento, y que muchas de sus referencias políticas las ancla en los evangelios. Bajo esos parámetros morales mide a las personas y emite sus juicios milenarios.
Toledo entra perfectamente en la dicotomía del Presidente, aunque muy probablemente López Obrador no conoce de las travesuras eróticas de su secretario. Desde antes de que fuera nombrado secretario de Estado de un gobierno que presume de moral, Toledo mostraba proclividad por lugares de masajes donde ofrecen todo tipo de servicio, y un interés particular por información y atención en sitios en internet especializados en ese tipo de prestación. El secretario no fue cuidadoso y dejó huella a su paso regular por empresas en ese ramo de la sexualidad, en la Ciudad de México y otras entidades.
Más información: https://bit.ly/34gUxxL