LOS NUEVOS PROCESOS DE LA UNAM
Germán Álvarez Mendiola
Miguel Ángel Casillas Alvarado
La profunda crisis que ha sacudido a la Universidad Nacional desde septiembre de 1986 no puede ser entendida si sólo se toma en cuenta su carácter coyuntural. Reducir el proceso al intento de reformar a la UNAM con intenciones restrictivas y por vías autoritarias, y a la exitosa reacción defensiva articulada por el Consejo Estudiantil Universitario, es dejar de lado las profundas transformaciones experimentadas por la Universidad y los universitarios en los pasados veinte años. Estos cambios, graduales y poco visibles, confluyeron en la coyuntura del conflicto y le dieron un matiz peculiar. En este sentido, la frustrada reforma y el movimiento estudiantil catalizaron y dieron expresión a realidades hasta entonces ocultas en el subsuelo de la vida universitaria.
La Universidad de la segunda mitad de los años ochenta es sustancialmente distinta de aquella de los setenta; ha transitado por un proceso de modernización que la coloca ante nuevos problemas y perspectivas. La UNAM tiene ahora un carácter de masas, pero este lugar común no significa tan sólo que sea una institución de centenares de miles de alumnos y decenas de miles de maestros y empleados. La UNAM no es sólo Universidad de muchos, lo es de sujetos, relaciones y estructuras que difieren radicalmente de las de un pasado aún reciente, en el cual se constituyeron las imágenes y categorías con las que hoy se pretende analizar a la educación superior.
Esta gigantesca Universidad vive acentuados problemas de burocratización, ha logrado una amplia diversificación de sus estudios, es una promotora importante en el surgimiento de la profesión académica y la creación de un mercado académico, es una institución fuertemente segmentada y heterogénea, la politización de sus relaciones es más nítida, y ha mantenido una estable relación institucional con el sindicalismo. La integran nuevos sujetos con aspiraciones, intereses y condiciones sociales diversas; su relación con la sociedad y el Estado se establece a partir de nuevos criterios, espacios y mecanismos, y se han transformado las pautas mediante las cuales seleccionaba socialmente a sus alumnos y los canalizaba hacia los "puestos" generados por la división social del trabajo. Lo anterior obliga a una reflexión profunda sobre la nueva naturaleza del trabajo universitario, a una transformación de las viejas concepciones bajo las cuales se ha juzgado a la educación superior. El primer problema a combatir es el simplismo en el análisis, pues tanto las más altas esferas de la burocracia como el elemental sentido común le otorgan explicaciones unicausales a los fenómenos, mantienen fuertes prejuicios y el peso moralizante se impone ante el análisis racional.
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