¡Qué confianza debe tener en sí misma la cultura mexicana como para producir un libro como Cronología del progreso! Un libro bien plantado en el presente pero que extiende su mirada desde la prehistoria y la invención del fuego hasta un futuro posible, sin hambre, dirigido por un gobierno mundial. Gabriel Zaid (Monterrey, 1934) ensaya en este libro una sintética y bien trabada antropología del mito del progreso, que “desde el siglo XVIII se volvió una fuerza ciega que ignora sus orígenes y considera evidentísimo y hasta científico lo que realmente es una fe religiosa”.
El progreso, escribe Zaid, “es toda innovación favorable a la vida humana”. Es gradual, dispensa sentido. Pero puede manifestarse también por saltos. Es impredecible. Con el progreso “es difícil definir un rumbo estable, y más aún lograrlo.” Eso sí, “cabe desearlo, y trabajar para que así sea, con optimismo razonable.” En Cronología del progreso (Debate, 2016), Gabriel Zaid aporta contundentes razones para sostener ese optimismo razonable que lo caracteriza.
La semana pasada leí tres reportajes que daban cuenta de innovaciones recientes. Un joven vietnamita inventó una máquina de bajo costo que puede desalinizar y volver potable el agua del océano. Un par de muchachos crearon vidrios que captan la energía solar suficiente para hacer funcionar un teléfono celular y, en mayor volumen, autosustentable un gran edificio. Otros jóvenes inventaron un aparato que limpia el agua sucia y, al mismo tiempo, es una base de wi-fi valiéndose sólo de la energía solar. No es imposible que se pueda encontrar solución al problema del agua, la desaparición del hambre y la pobreza, la prolongación de la vida, el desprestigio de las guerras, Internet accesible a todos. Esta confianza en que la innovación humana nos salvará del desastre (otros, no sin fundamentos, piensan lo contrario) está basada en la creencia de la historia como progreso, firmemente enraizada en nuestra cultura. “No hubo –escribe Zaid– esa concepción antes ni fuera de la cultura occidental”.