Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil pensaba en el sabor del triunfo. Después de mucho repasar, Gamés consideró que si la victoria es como la de Alfredo del Mazo y Maza, entonces ese sabor es más bien amargo. Una amarga victoria, aún cuando Alfredo del Mazo toque a rebato. Gilga lo leyó en su periódico El Universal, en una entrevista de David Aponte con el gobernador electo del Estado de México: “Gracias a una campaña cercana, propositiva, traté de nunca caer en descalificaciones, pleitos con los otros partidos o contendientes, gracias a que se recuperó la confianza de nuestra misma gente priista, se recuperó la confianza. Veníamos del 21% y terminamos en 33.7% a favor nuestro”.
Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y meditó: así le llaman ahora a las campañas en las cuales el gobierno federal le mete toda la carne al asador, propositivas, mju. Cinco equipos de asesores, operadores de campaña a lo bestia, la billetiza en pleno y plena. Dicen los que saben que la operación en el Estado de México pudo tener solo un nombre: “Tormenta en Atlacomulco”. Estas órdenes se oyeron el día de la elección: abrir vectores en cuentas secretas: listo, señor; insuflar en tangentes electorales: listo, señor; diámetros dispuestos en división de cosenos para publicidades imparables: listo, señor; hipotenusa interlúdica en grandes dimensiones de partidas secretas: listo, señor. A esto se le llama una campaña propositiva. De acuerdo, todo en orden: ¡ignición! 10, 9, 8… Desde Cabo Cañaveral observamos el lanzamiento del cohete Del Mazo con éxito y, eso sí, algún gasto de campaña excesivo.
Del Mazo y Maza: “Primero cumplimos con la ley, lo hicimos con estricto apego a la ley; segundo, cumplimos los límites y topes que teníamos de financiamiento. Al principio habíamos hecho un ofrecimiento, un compromiso de no ir más allá de 50 por ciento del gasto que se tenía permitido y lo hicimos. Nuestro gasto no superó el 50 por ciento de lo que teníamos permitido (285 millones de pesos)”.
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