2020 (MMXX) es el año actual y un año bisiesto comenzado en miércoles en el calendario gregoriano. Se caracteriza por haber sido marcado por la pandemia de COVID-19 que se originó en la ciudad china de Wuhan a finales del año 2019, y se propagó por el resto de China y en otros países del resto del mundo durante el 2020 provocando un fuerte impacto socioeconómico. Esta pandemia ya ha provocado hasta inicios de octubre más de 35.6 millones de casos en todo el mundo y la muerte de más de 1.26 millones de personas.
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Víspera
Antes de consultar el vocablo en historia, significado y etimología, me sedujo como etiqueta para el año que se va y como bautizo para el que viene. Me sugería un latir expectante, un susurro misterioso que irrumpe en el silencio. Pensé en ella porque cada vez que un cambio, viaje, fiesta o catástrofe, se acerca, la emoción, el temor y la curiosidad por ese porvenir, despiertan al corazón como si fuera un niño que espía el momento preciso, quieto, casi sin parpadear para cazar completo el fenómeno que irrumpe.
El misterio que me sugiere proviene de su historia que alude a la tarde, es decir al ocaso del día; pero en términos religiosos, católicos precisamente, la víspera era la tarde clandestina en que los cristianos perseguidos, se ocultaban para conmemorar. Ocultos de sus enemigos celebraban rituales en torno a una festividad. Rezos, cantos e intercambios que preparaban al ser para recibir el cambio, la luz, el mensaje. Así, la víspera de Navidad se traducía en posadas, encendido de velas de una corona de adviento que prepara al creyente para el Nacimiento; que sirve de despedida de un ciclo y motiva promesas para el próximo. El año 2020 ha sido una larga víspera, la certeza, como nunca antes, de que el mundo no será ya el mismo.
Futuro y ficción
El futuro es siempre lo que ha de ser, por ello es inhabitable. Al futuro se le alcanza con la imaginación, se le habita en sueños o en ficciones. Contamos con mapas hipotéticos que nos regala la narrativa, con predicciones que atentan desde astrólogos y charlatanes como de científicos especializados. Pero los más certeros son los que no buscan certezas, aquellos que inauguran un mundo posible tan sólo para amueblar su predicción y entretener a quienes los escuchan, por ello los Orwell o los Bradbury, los Brooker o los Clark, retratan sin querer un paraíso onírico que termina por hacerse presente.
En el presente descreí siempre del futuro, las consignas rezaban: “Llegaría el día en que la inteligencia artificial…”; “Sucederá en un momento dado que la ecología…”; “Algún día vulnerados como los marcianos invasores de Wells caeríamos enfermos”. Pasó entonces que el futuro nos comió como hoyo negro. Cuando me percaté en mi presente cotidiano, en el supermercado me toman la temperatura para poder entrar, limpian mis manos y limitaban la entrada de mi acompañante. Como autómata en el Valle de las muñecas, avanzo con mi potente tapabocas. Mientras una voz recurrente y acompasada por la amable melodía típica de estos lugares, nos recuerda que hay que guardar distancia, comprar únicamente lo necesario, ser breves y salir lo menos posible de casa. La caja es automatizada y tengo que escanear productos, mientras una voz amable me recita precios.
En el trabajo nos capacitaban para el próximo milenio y la nueva educación. Ese nuevo milenio me parecía un asteroide plateado años luz, pero aprendí a usar proyectores, aplicaciones sofisticadas y dar algunas clases en línea. Los docentes apostábamos: ¿La educación será híbrida? ¿Nos cansaremos de los modelos lúdicos y flexibles, esto que será sólo una moda? Los padres de la automatización mandan a sus hijos a escuelas presenciales así que ¿esto es sólo para un sector? Algunos se atrevían incluso a ser rebeldes: ¡Yo no incorporaré la plataforma! gritaban como manifestantes en los pasillos. Los curso en línea sucedían ordenaditos y voluntarios para equiparnos para un hipotético futuro donde nos convertiríamos en hologramas como personajes de Star Wars, y viviríamos en la pantalla cautivos como canarios. Se dice que los profesores podemos tocar corazones o retorcerlos. Este año el profesor se esfuerza por aprender, por alentar familias remotas, cansados, usando todos sus recursos, sin tiempos para el recreo.
La casa era una estancia momentánea, las calles una arteria a veces congestionada y otras fluida, pero siempre en andanza. La casa era la añoranza. Por las mañanas al vestirse para el trabajo uno pensaba: “Vendrán las vacaciones y podré arreglar el tuvo del baño; pintaré el ropero de rojo como siempre he querido, me tumbaré frente a la ventana para leer la tarde entera o ver la serie de un solo atracón”. Las calles se fueron esfumando poco a poco al igual que los parques, tomados por asaltantes o ambulantes. Pero pensamos en los domingos en la alameda así, colgados de pared en pared, costumbres del pasado.
La salud era trending de moda, pretexto para compartir dietas, mostrar abdómenes de lavadero o dejar de comer carne por ser políticamente perniciosa; a la gran mayoría no se nos ocurría pensar asegurar un lugar en un hospital o ahorrar para un seguro.
Silencio
Es muy probable que esta sea en realidad una noche silenciosa como entonan los coros de “Noche de Paz”; sin embargo no es pacífica, enfermos deambulan en busca de camas por la ciudad y las cifras del horror parecen ornamentos que no significan pero que suponen un dolor profundo en la casa de alguna familia para quien esta Navidad será la más triste de todas. Es posible que mientras me lees te detengas o te preguntes por qué demonios no me esfuerzo como lo hacen muchos por escribir sobre la esperanza de un bello futuro. Y créeme que lo pensé mucho, pero el sentimiento que vuela por la ciudad como los fantasmas de Dickens no es el alegre fantasma de Canterbury y me encuentro, francamente, cansada de mentiras. Prefiero convocarte mientras lo hago conmigo misma, a cocinar en fuego muy lento un poco de ánimo certero, reúne de tu casa todas las provisiones que sí hay para aderezarlo; te invito a que juntos lo rebocemos de fortaleza para lo que falta. Te propongo que acompañemos el postre de abrazos muy cálidos y tolerantes, señas de comprensión de las diferencias pero de reconocimiento del duelo compartido. Te prometo que salvo que estés enfermo o lo esté uno de tus familiares (para ellos todo mi abrazo, y toda mi vergüenza porque como país no hemos sabido estar unidos y hacer frente a la tragedia) esta puede ser la Navidad en que recuperes el aprecio por todo lo perdido, el silencio de todo el ruido que tanto te distrajo, la gratitud por el camino recorrido y así, en silencio en un país herido recobraremos el color de la posada, el humor que nos caracteriza pero también comprendamos la corrupción que nos habita, la división que nos lacera y la politiquería de la que hemos sido cómplices. Brindo por ti y por todos los compañeros, pero antes que nada brindo por la Verdad como única simiente para construir un porvenir certero. Estamos en la víspera silenciosa pendientes, dolientes pero creativos.