En medio de las fiestas decembrinas, cuando el espíritu de solidaridad debió estar en su apogeo, y contrario a la promesa del presidente, Acapulco siguió sorteando una crisis sin precedentes.
La herida del huracán Otis sigue más que abierta, y duele en el tejido social y en la actividad económica del puerto.
La recuperación no es un horizonte cercano. Miles de negocios, desde hoteles hasta instituciones educativas, requieren años de esfuerzos para restablecer operaciones, si es que logran sobrevivir, pues algunos han optado por un cierre permanente. La incertidumbre y la falta de apoyo han forzado a estos negocios a tomar decisiones desgarradoras, como despedir trabajadores.
De acuerdo con la Cámara Nacional de Comercio y Servicios Turísticos, 12 mil empresas que sustentaban más de 85 mil empleos, han sido desahuciadas, dejando al menos 5 mil puestos de trabajo en ruinas.
La Asociación Mexicana de Hoteles y Moteles tiene cifras aún más desalentadoras: más de 4 mil habitaciones permanecieron vacías en una temporada donde menos de mil deberían estar disponibles. El más grande de los hoteles apenas operó al 30% de su capacidad, mientras que otros ni siquiera pudieron ofrecer sus servicios, aún ocupados en retirar escombros.
El Consejo de Cámaras Industriales y Empresariales de Guerrero ha proyectado una posible pérdida de unos 35 mil empleos formales y 40 mil informales si no se interviene pronto. Estas no son simplemente proyecciones económicas; representan futuros inciertos para miles de personas.
En este escenario desolador, las promesas del gobierno se sienten lejanas. López Obrador aseguró que las familias en Acapulco tendrían una feliz Navidad, pero la realidad que enfrentaron es otra: la continua devastación y el fin de los apoyos temporales del gobierno federal, que apenas sirvieron como un paliativo frente a la emergencia inicial.
La falta de apoyo constante y organizado no es una cuestión de recursos, sino de voluntad política. La inacción gubernamental no solo refleja una falta de interés en atender las necesidades inmediatas, sino también una falta de visión para comprender el impacto a largo plazo de esta tragedia.
El manejo indolente y protagónico que el presidente le ha dado a estas crisis, contrasta trágicamente con la realidad de cientos de miles de familias en Acapulco, que enfrentaron una Navidad desprovista de esperanza y alegría.
Este no es solo el relato de una crisis económica; es el relato de una crisis humana. Es el momento de mirar más allá de las cifras y ver las caras de aquellos afectados, de entender que cada número representa una vida alterada.
Acapulco necesita más que promesas; necesita acciones concretas, apoyo sustancial y una visión integral que priorice el bienestar humano sobre cualquier cálculo político.
Lamentablemente, el gobierno solo ha atendido lo inmediato, pero está lejos de tener un plan de acción a largo plazo que garantice que el legado de Otis no sea de desesperanza, sino de resiliencia y recuperación.