¿Adiós a la Agencia Espacial Mexicana?

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La historia se repite: ¿que no? A falta de políticas de Estado se imponen las políticas sexenales sin visión de futuro ni con un proyecto de nación. Ejemplos abundan, pero el más reciente es la decisión de “integrar” la Agencia Espacial mexicana (AEM) a Tras la puesta en órbita del Sputnik el 4 de octubre de 1957, el 28 de diciembre de ese mismo año, México lanzó el cohete Física I, iniciativa de académicos y estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP). Fue en Cabo Tuna desde donde partió el cohete, el cual pesaba 8 kilos y medía 1. 7 metros de altura, empleando combustible sólido y alcanzando una altura de dos y medio kilómetros como lo ha documentado Carlos Duarte en diversas oportunidades Esta fue el cuarto intento, dado que un mes antes, se lanzaron de manera sucesiva tres cohetes, los que explotaron durante el despegue. A continuación, en febrero de 1958 se lanzó un nuevo cohete con un paracaídas a efecto de recuperarlo.

A continuación, en 1959 y 1960, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) lanzó dos cohetes, el SCT1 y el SCT2 impulsados con propelente líquido, logrando que se elevaran 4 y 25 metros, respectivamente. Tras estos acontecimientos, el gobierno de Adolfo López Mateos creó, el 10 de agosto de 1962, la Comisión Nacional del Espacio Exterior (CNEE). La comisión tenía como propósito fundamental fomentar la exploración, la investigación y el uso del espacio ultraterrestre con fines pacíficos. También en 1962, la UNAM, a través de su Instituto de Geofísica creó el Departamento de Investigación sobre el Espacio Exterior, que ahora se denomina Departamento de Ciencias Espaciales (DCE).

El trabajo desarrollado por la CNEE fue muy importante dado que posibilitó la creación del marco jurídico para la investigación en tecnología espacial, incluyendo los globos sonda, la fabricación de los cohetes sonda, la recepción de señales, la percepción remota, la concepción de satélites meteorológicos, etcétera. Fruto de estos trabajos fue el lanzamiento del cohete Toltoc que alcanzó 24 kilómetros y que permitió desarrollar estudios atmosféricos y visualizar la puesta en órbita de pequeños artefactos.

Mientras la CNEE daba sus primeros pasos, el gobierno de México había solicitado al Comité Olímpico Internacional (COI) sin éxito, albergar los juegos olímpicos en dos ocasiones. Un tema recurrente que preocupaba al COI era la altura de la Ciudad de México -que era quien había ofrecido organizarlos- y la manera en que podría afectar a la salud de los atletas. Sin embargo, en la 60° Sesión del COI celebrada en Baden-Baden, República Federal de Alemania, se aprobó la designación de México para llevar a cabo los Juegos Olímpicos de 1968. Compitió con Detroit, Lyon y Buenos Aires. México se convertiría así en el primer país en desarrollo, el primer hispanoparlante y el primer latinoamericano, en organizar la justa deportiva más importante del mundo. Si bien fue el gobierno de Adolfo López Mateos quien logró convencer al COI para que eligiera a México como sede, sería ya bajo la administración de Gustavo Díaz Ordaz que se llevarían a cabo las olimpiadas.

A pesar de que México contaba con una cierta infraestructura, hubo de erigir numerosas instalaciones deportivas para ese fin. Asimismo, por ser las primeras justas olímpicas que se transmitirían en televisión a todo el mundo, era necesario desarrollar la tecnología requerida. La televisión a color ya era muy usada, pero para lograr que lo que acontecía en las sedes olímpicas mexicanas se presenciara en tiempo real en todas las latitudes era menester recurrir a los satélites. Para este fin, en 1967 México se adhirió a la Organización Internacional de Satélites de Telecomunicaciones (INTELSAT) que ofrecía servicios de retransmisión internacional. Sus satélites están ubicados en órbitas geoestacionarias. Uno de los más famosos satélites de este consorcio fue el Intelsat I mejor conocido como pájaro madrugador, puesto en órbita el 6 de abril de 1965.

El consorcio INTELSAT rentó un satélite de la NASA, el ATS-3, de los primeros de carácter comercial, mismo que fue empleado para la transmisión a color de las justas olímpicas a todo el mundo. Las señales del ATS-3 eran recibidas en la estación terrena de Tulancingo, Hidalgo, creada con ese fin en 1968. Fue la primera estación terrena de México (también conocida como Tulancingo I) para comunicación con los satélites Intelsat, con un reflector de 32 metros de diámetro, que era necesario en aquellos tiempos, por las características técnicas y operativas del sistema. Gracias a Tulancingo I se transmitieron señales de telefonía, radio y televisión al 60 por ciento de los países del mundo durante los Juegos Olímpicos de México 68.

Otra justa deportiva -tan sólo dos años de los Juegos Olímpicos- la Copa del Mundo de la FIFA de 1970 celebrada en México, coadyuvó al desarrollo y uso de la infraestructura satelital del país. Si bien en la Copa del Mundo de 1966 celebrada en Inglaterra se hicieron transmisiones satelitales, estas sólo dieron cuenta de la ceremonia de inauguración. También se hicieron transmisiones a color, aunque de manera experimental y sólo unos cuantos espectadores privilegiados pudieron acceder a ellas. En contraste, para la Copa del Mundo de México de 1970, tras la experiencia de los Juegos Olímpicos, la transmisión del torneo, posibilitó su consumo en todo el mundo y en tiempo real. Fue la primera justa futbolera en que todos los partidos se transmitieron en vivo y directo gracias a las comunicaciones satelitales. Todas las cadenas que dispusieran de Technicolor, podían replicar el evento a todo color. Para muchos, la Copa del Mundo de 1970 marcó un antes y un después en el fútbol como deporte de masas, toda vez que la posibilidad de que los espectadores pudieran ver los partidos, aun sin estar en el estadio y enterarse de lo que ahí sucedía lo convirtió en un fenómeno mediático a escala planetaria.

La Copa del Mundo de Fútbol México 1970, al igual que ocurrió en la de Inglaterra de 1966, se caracterizó por la irrupción de marcas y patrocinadores en los estadios y durante las transmisiones, aprovechando el mercado potencial de millones de consumidores en todo el mundo. La televisación apoyó la mercantilización del torneo: la FIFA obtiene ingresos millonarios por los derechos de transmisión de los partidos y por la venta de publicidad. Todo ello fue posible gracias a la infraestructura satelital de México.

Este glorioso capítulo en la historia del ingreso de México al espacio llegó a su fin de manera abrupta cuando, en medio de una de las peores crisis económicas que haya vivido el país, el gobierno de José López Portillo decidió desaparecer a la CNEE en 1977. Se argumentaron problemas presupuestales. Ello supuso también, una interrupción en la incursión de México al espacio que retardó procesos y desarrollos tecnológicos cuyas consecuencias se resienten al día de hoy. Es verdad que continuaron los proyectos de investigación y desarrollo de manera individual en universidades y centros de investigación, pero, sin el aporte gubernamental, no pudieron desarrollarse de manera óptima.

La Agencia Espacial Mexicana

Cuando la administración de José López Portillo se tomó la decisión de poner fin a las actividades de la CNEE, México se vio despojado de una institución, a nivel gubernamental, responsable de la política espacial del país. Transcurrieron 33 años antes de que las autoridades mexicanas dispusieran la creación de la Agencia Espacial Mexicana cuya ley fue aprobada el 31 de julio de 2010.

El camino fue tortuoso toda vez que fue en 2006 que en la Cámara de Diputados de México se aprobó una iniciativa de ley para la creación de la agencia. Tras su aprobación fue turnada a la Cámara de Senadoras, la que emitió su dictamen el 4 de noviembre de 2008, devolviendo el documento a la Cámara de Diputados para una segunda consideración. Para la mala fortuna de esta iniciativa, la creación de la AEM ocurrió en la etapa final del gobierno de Felipe Calderón, lo que hacía temer que no se pusiera en marcha o peor, que su sucesor diera marcha atrás. Afortunadamente ni una ni otra cosas ocurrieron. El 2 de noviembre de 2011 se nombró a su primer director general, Javier Mendieta a quien se encargó formular un programa nacional de actividades espaciales y un estatuto orgánico, de manera que, en términos prácticos, concluyó la administración de Calderón e inició la de Enrique Peña Nieto y fue hasta el 1 de marzo de 2013 cuando la AEM inició verdaderamente sus actividades con un presupuesto limitado -100 millones de pesos- que sin embargo no le fue asignado, dependiendo, para su operación, de los recursos asignados por la SCT. Fue hasta 2012 que finalmente recibió una partida presupuestal propia por 60 millones de pesos. La AEM era un organismo público descentralizado dependiente de la SCT.

A pesar de sus limitados recursos y de su juventud, la AEM ayudó a generar sinergias entre las autoridades gubernamentales, la comunidad académica y las empresas para concretar iniciativas que permitieron a México promover sus intereses en el espacio exterior pero también a coadyuvar a que el país se convirtiera en un hub para las empresas del sector, dando lugar a los clústeres aeroespaciales donde todas las corporaciones del ramo manufacturan en México.

Con el nacimiento de la AEM, México se sumó a un selecto grupo de naciones latinoamericanas que contaban con agencias espaciales. Pero no solo eso. Hace tan sólo cuatro años (2021), en el seno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), México, más Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Honduras y Costa Rica decidieron crear la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE), la que, al menos en su espíritu, aspiraba a emular a la Agencia Espacial Europea donde los socios comunitarios han logrado integrar una entidad que rivaliza con las más famosa agencias espaciales del mundo como la NASA de EEUU; ROSCOSMOS de Rusia; JAXA de Japón; la Agencia India de Investigación Espacial (ISRO) y la Agencia Espacial China (CNSA). Es verdad que en ALCE no participaba la mayor potencia espacial latinoamericana, pero las experiencias y actividades espaciales de los fundadores de la iniciativa parecían un buen despegue.

Atribuciones y objetivos de la AEM

La AEM tuvo los siguientes objetivos:

  • Formular, proponer y ejecutar la política espacial de México, así como el Programa nacional de actividades espaciales;
  • Promover el desarrollo de actividades espaciales para ampliar las capacidades del país en las ramas educativa, industrial, científica y tecnológica en materia espacial;
  • Desarrollar la capacidad científico-tecnológica del país, a través de la articulación de los sectores involucrados;
  • Promover el desarrollo de los sistemas espaciales y los medios, tecnología e infraestructura necesarios para la consolidación y autonomía de este sector en México;
  • Facilitar la incorporación de los sectores relacionados y particularmente la participación del sector productivo;
  • Promover una activa cooperación internacional mediante acuerdos que permitan la integración activa de México a la Comunidad Espacial Internacional;
  • Servir como instrumento de la rectoría del Estado en este sector;
  • Velar por el interés y seguridad nacionales, mediante una estrategia que integre conocimiento científico y tecnológico, eficiencia, experiencia y capacidad de coordinación entre las entidades públicas de la administración pública federal;
  • Garantizar y preservar el interés público y la protección de la población, como fundamentos del desarrollo, seguridad, paz y prevención de problemas de seguridad nacional en México; y
  • Recibir de las entidades públicas, privadas y sociales, propuestas y observaciones en el área espacial para su estudio y consideración.

Llama profundamente la vinculación que establece la ley entre la AEM y la seguridad nacional, lo cual obedeció, en el momento de su nacimiento, a que en el Plan de seguridad nacional del gobierno de Felipe Calderón se consideraba que la infraestructura satelital debería apoyar las tareas de combate de la delincuencia organizada. Más allá de ello, da la impresión de que la AEM tendría un alto perfil en la administración pública federal. No fue así, lamentablemente.

En todo caso, el 13 de julio de 2011, la AEM detalló la política espacial de México, en la que se planteó como objetivos centrales

  • Crear un marco institucional propicio para al desarrollo espacial de México para mejorar las condiciones y oportunidades de vida de la población;
  • Asegurar que las actividades espaciales tengan un papel relevante en la protección y seguridad de la población;
  • Articular los sectores público y privado para desarrollar sistemas satelitales con infraestructura y tecnologías propias;
  • Establecer los criterios para el fomento de las actividades espaciales en México;
  • Fomentar cadenas productivas que vinculen al sector industrial con los sectores académicos;
  • Fortalecer la política de cooperación internacional en materia espacial;
  • Estimular el crecimiento de una industria espacial auto-sostenible de clase mundial;
  • Promover la expansión y la consolidación de una cultura del conocimiento espacial; y
  • Garantizar y preservar en la política espacial, los valores de desarrollo humano, seguridad y paz.

El 5 de agosto de 2012, la AEM dio a conocer un documento titulado Plan de orbita: mapa de ruta de la industria espacial mexicana 2013 muy similar al publicado en 2017 junto con Proméxico -hoy extinto-, titulado Plan Órbita 2. 0. Ambos coinciden en ejes temáticos, los que permiten identificar objetivos estratégicos, a saber:

  • Innovación y nichos de oportunidad para la industria y servicios convergentes (observación de la Tierra, protección civil);
  • Autodeterminación en el desarrollo de las actividades espaciales y cooperación para el fortalecimiento del sector espacial mexicano;
  • Impulso a la cadena de valor del sector e impulso al desarrollo industrial; y
  • Fomento al acceso digital y al desarrollo de aplicaciones y soluciones.

Como se sugería previamente, la importancia del sector aeronáutico en la economía nacional va en ascenso. Es por ello que los objetivos del Plan Órbita 2. 0 son consecuentes con ello y postulan que

  • Con la puesta en marcha del Plan Órbita 2.0 se espera que para 2020 la industria aeroespacial genere alrededor de 12 mil millones de dólares por concepto de exportación y se ubique dentro de los 10 primeros lugares a nivel mundial;
  • Alcanzar para 2026 una participación reconocida en el desarrollo de componentes, productos y servicios equivalente al uno por ciento del mercado global (aproximadamente 3 mil millones de dólares);
  • Desarrollar la infraestructura espacial para que en 2025 se incremente en 25 por ciento la cobertura de conectividad en América Latina;
  • Atender las necesidades como país de los mercados públicos y privados convergentes ligados al sector espacial, posicionando a México entre los tres líderes mundiales en el global sharehacia 2035, con una participación de 40 por ciento de dichos mercados, incluyendo el uso de tecnologías espaciales para la atención de la población y el cambio climático
  • Hacia 2036, se busca colocar al país como uno de los líderes mundiales en el uso de tecnologías espaciales, y garantizar el acceso al espacio, afianzando la capacidad de decisión para la preservación y ampliación de los recursos de órbitas y espectro radioeléctrico correspondiente, así como la concertación de dos posiciones orbitales adicionales.

Todos estos propósitos son loables y posibles. Pero para ello se reuieren políticas de Estado, no de gobierno.

La Agencia de Transformación Digital

El gobierno de Claudia Sheinbaum, científica de formación, decidió dar luz verde a la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT) creando la Dirección General Satelital, la cual “integrará” las atribuciones de la Agencia Espacial Mexicana y el Sistema Satelital Mexicano, por lo que, se afirma que “se fortalecen y vinculan ambas dependencias en el Programa Espacial Mexicano.”

Sin negar que la transformación digital avanza a pasos agigantados en todo el mundo y que parece pertinente contar con una instancia abocada a esos desafíos, la desaparición, o “incorporación” de la AEM a una entidad cuyos atributos y funcionamiento ni siquiera son una realidad, es una decisión equivocada. Asimismo, parece que desde las altas esferas políticas no se ha dimensionado adecuadamente el sentido de una agencia espacial. Justo cuando nació la AEM, la comunidad académica y científica veía con beneplácito la decisión, pero no faltaron quienes preguntaban donde estaría México en las actividades espaciales del mundo, si López Portillo no hubiera puesto fin a la CNEE. Porque entre 1977 -fecha en que se finiquitó a la CNEE y la aprobación de la ley que dio origen a la AEM en 2010 transcurrieron 33 valiosos años donde se podrían haber concretado importantes logros en las actividades espaciales. Pero el hubiera no existe.

Hoy, de nueva cuenta, a tan sólo 14 años de que fuera aprobada la legislación de la AEM llega la noticia el 29 de enero del presente año, de la virtual desaparición de la agencia para colocarla como un apéndice de la Agencia de Transformación Digital cuando debería ser el órgano rector de la política espacial del país. Ojo: la política espacial no es lo mismo que el sistema satelital mexicano. Los satélites, ciertamente, son un componente, pero no el único, de la política espacial de los países.

La AEM había creado, no obstante sus limitados recursos financieros, una hoja de ruta en la que logró perfilar y promover la colaboración del Estado, con las empresas del ramo y la comunidad académica. Esta colaboración dio importantes frutos, como se comentaba, no sólo al consolidar a México como un hub para las empresas del sector aeroespacial. También fue crucial la formación de recursos humanos, cuya calidad ha sido un factor toral para que las empresas decidan establecerse en el país, por sus costos y su nivel de preparación. También la AEM desarrolló sinergias con el sector académico para explicar a la sociedad mexicana la importancia de las actividades espaciales en la vida cotidiana como la comunicación, la educación, la telemedicina, la gestión pandémica, etcétera. El trabajo de divulgación y difusión de la AEM no se limitó a la Ciudad de México, sino que constantemente desarrolló foros, congresos e impulsó las actividades espaciales en las universidades en los diversos estados. En resumidas cuentas, la AEM, como otras dependencias de la administración pública federal -por ejemplo, la cancillería mexicana- hizo mucho con los pocos recursos de que dispuso, pero, desafortunadamente, todo ese trabajo corre el riesgo de perderse en el mar de la digitalización y la gestión satelital, como reza el escueto comunicado de la Agencia de Transformación Digital.

La renuncia del Doctor Salvador Landeros a la titularidad de la AEM hace unos cuantos días, misma que explicó en una carta que ha sido ampliamente difundida, sugiere que la decisión de desaparecer a la agencia fue tomada no en función de una valoración objetiva sobre su desempeño, sino por ignorancia, falta de visión e incomprensión de parte de las autoridades. Landeros señala en la citada carta, dirigida a la presidenta Sheinbaum “lamento profundamente no haber tenido éxito en transmitirle a Usted mi convicción y preocupación sobre la relevancia que tiene para México la Agencia Espacial Mexicana.” Frase lapidaria con un subtexto demoledor.

Lo irónico del caso es que, quien esto escribe, en diversos eventos académicos organizados por la AEM, enfatizó que lo que impediría que la AEM fuera borrada de un plumazo como pasó con la CNEE en 1977 era que, a diferencia de ésta, su creación había sido decidida por el Congreso mexicano. Sin embargo, la amenaza de su desaparición siempre estuvo ahí, desde su nacimiento y, final y lamentablemente, se consumó. Hoy se ve que los Congresos se renuevan, cambian y se retractan. No es garantía que el poder legislativo -o ahora el judicial- dispongan determinadas normativas: éstas pueden modificase en función de las decisiones y prioridades de los gobernantes quienes no necesariamente toman las mejores decisiones.

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