Halagar es fácil y hay expertos en la materia. Entre la banalidad de los elogios, es difícil encontrar formas de hacer justicia a artistas que merecen atención. Agnès Varda es una cineasta indiscutible, que está al lado de las mayores figuras del arte. Cleo de 5 a 7 (1962) —una de sus películas clave—, tuvo una continuación, un documental de apenas 36 minutos: Cleo de 5 a 7: recuerdos y anécdotas (2005). Es un breve tratado sobre el cine. Cuenta detalles como el uso de un filtro verde que, en el blanco y negro de la cinta, hizo ver un prado como nieve. Contiene reflexiones implícitas sobre nuestra humanidad y cuestionamientos casi imperceptibles sobre lo existente. Aludiendo a la película original, Varda dice que los segundos a color de una lectura de tarot son ficción y el blanco y negro predominante del filme, la realidad. ¿El documental, a color, es tan ficticio como el tarot?
Cleo de 5 a 7 fue de las obras pioneras de la Nueva ola francesa. Recuerdos y anécdotas refiere que Varda filmó en cafés capturando acciones espontáneas de los presentes —y de lo que ocurría en la calle—, así como movimientos planeados que realizaron sus amigos. Podría debatirse si cualquier pieza audiovisual de un cineasta es parte de su obra. Y respecto a las reflexiones sobre su propia cinematografía, como este documental, cabría preguntarse si tienen autonomía o son sólo un complemento. El cortometraje Cleo de 5 a 7: recuerdos y anécdotas es síntesis de una voz, un cine y una persona; no un acompañamiento sino una película válida por sí misma.
Como en otros documentales y cintas de ficción de la autora —por ejemplo, su penúltimo largometraje Rostros y lugares (2017), codirigido con el fotógrafo JR—, hay un espíritu de Agnés Varda que se vuelve tangible en Recuerdos y anécdotas: la capacidad de ver amorosamente, sin caer en falsedad o tontería, ejerciendo una gracia que Varda supo cultivar. Unas simples postales en manos de la directora muestran el contraste entre el pasado arbolado y un presente con menos verdor. La visión y disposición de la cineasta se refleja también en la insistencia en los árboles. Por medio de una entrevista revela por qué los árboles filmados en Cleo han desaparecido: por aire estaban afectados por la contaminación, subterráneamente por el metro, en las noches por los vándalos. Pero hay nuevos árboles que florecen.
Más que detrás de cámaras o reunión de actores y equipo, Cleo de 5 a 7: recuerdos y anécdotas es una poética de Varda sobre su propio cine. Caben datos curiosos, o hasta triviales, como que la protagonista bajó de peso para su papel o que una plataforma transportaba al taxi que aborda el personaje principal. Al lado de esto, su mirada encantada lleva a Varda a notar que ni los protagonistas, ni los asistentes de dirección volvieron a verse, siquiera por casualidad, en las varias décadas transcurridas. Un apunte que quizá revele la relación de la directora con su entorno es un gesto que ocurrió durante la filmación de Cleo: integrantes del equipo compraron un anillo que sólo se había rentado, pero que quisieron regalar a Varda. La joya tenía forma de sapo con una perla montada en él. Así, el documental explora el trabajo interior de Varda, las relaciones entre los involucrados y ofrece una genealogía de fuentes de inspiración cotidiana y artística, como los cuadros de Hans Baldung con jóvenes atractivas acompañadas por esqueletos —imágenes presentes en la película— y que se corresponden con la manera en que Cleo es acechada por la enfermedad.
El paso del tiempo y su relación con la memoria son centrales en el breve documental. Varda explica la dificultad de ver el tiempo y hablar de él. Alude a tiempos objetivos y subjetivos, a que Cleo ocurriría el 21 de junio de 1961, al reto de filmar una película que representase el tiempo real —rodada, además, en orden cronológico—, y a cómo cuidó que los relojes coincidieran con el desarrollo de la cinta —apuntando incluso alguna discordancia o “error”. Sin embargo, cuando el tiempo encarna para el documental, cobrando independencia de la película de ficción, es en la memoria o en la ausencia de ella. Las veleidades de la memoria emergen una y otra vez en Cleo de 5 a 7: recuerdos y anécdotas. Corinne Marchand, quien desempeñó el papel de Cleo, vuelve al parque, recuerda su presencia en Cannes; Varda rememora con entusiasmo las fotos que hicieron de la intérprete, caracterizándola como las estrellas femeninas de aquel momento. Pero el protagonista masculino, Antoine Bourseiller, dice haber olvidado que viajó al Festival de Cannes y la atención que recibieron. A su vez, Varda muestra una fotografía que asegura haber tomado para recordar que un coche era rojo, pero ha olvidado quién prestó el coche para la película.
En palabras de Varda, Cleo se transforma: pasa de ser vista, en la primera mitad de la película, a adquirir la facultad de ver, en la segunda. Las transformaciones, la percepción y el humor también tienen un papel en el documental. Uno de los miembros del equipo cuenta que le gustaba el vestido blanco con puntos oscuros que vestía Cleo —diseñado por la directora. Varda montó, como imagen inmediata siguiente, dos fotografías lado a lado: Cleo en el vestido y el hombre, cuando joven, con cara de hartazgo durante el rodaje y la voz de Varda diciendo: “No parecía”. Junto a su humor, está el oficio de la cineasta: Varda declara haber eliminado apenas segundo y medio de una escena —al preparar el DVD de Cleo—, para que fluyera mejor. Cleo de 5 a 7: recuerdos y anécdotas, no es mera información curiosa sino una manera de percibir: al hablar con sus protagonistas cuatro décadas después, Varda les dice que en su interacción encontró algo excepcional que ella llama “estar juntos”, no algo romántico, sino un encuentro excepcional. El cine de Agnès Varda es una invitación abierta, “estar juntos” con su obra es la rareza de ser vistos y lograr ver.