Habrá quien vea la reelección legislativa como un camino que permita que diputados y senadores se eternicen en el cargo; sin embargo, en democracia es el voto lo que determina a quién se elige y a partir de ahora a quién se reelige.
La reelección es una forma de evaluar a los legisladores. Si los ciudadanos no estamos de acuerdo con su gestión, si no han sido transparentes y no han rendido cuentas el voto es lo que sirve para echarlos.
La reelección en el Legislativo puede ser el detonador de la continuidad de programas y proyectos que beneficien a los gobernados. Es también el momento de evaluar a los legisladores y en su caso, optar o no, por ratificarlos.
También es cierto que bajo los trámites de la política mexicana, existen razonables cuestionamientos por la forma en que los partidos políticos se manejan en estos lances.
En los últimos años ha venido desarrollándose una alentadora toma de conciencia sobre el valor y trascendencia que tienen los procesos electorales. Las elecciones del 2018 son ejemplo de ello. Los ciudadanos entendimos que a través del voto es como las cosas podrían mantenerse bajo las mismas condiciones vividas al menos en los últimos 18 años o intentar cambiarlas, como al final se hizo.
Si la gestión de López Obrador ha gustado o no a los votantes el tema entra en los riesgos propios de la democracia. En cuatro años las elecciones serán la nueva oportunidad para que determinemos, a través del voto, quién queremos que nos gobierne en lugar del tabasqueño.
La profesionalización de la política ha sido una de las grandes limitantes en las cámaras. Se ha concentrado el poder en pocas manos y el Legislativo ha funcionado en muchas ocasiones para “acomodar” y pagar cuotas. Hemos visto en infinidad de ocasiones cómo en Diputados y Senadores la posibilidad del debate ha sido sometida a la maquinaria de los partidos mayoritarios, léase PRI, PAN y ahora Morena.
Se utiliza y presiona a los legisladores, quienes en muchos casos se dedican a actuar bajo el síndrome de “a sus órdenes jefe” levantando el dedo sin chistar. En estos dos años hemos visto, como al igual que en otros momentos, la exigencia de la “lealtad ciega a prueba de todo” acompaña la vida de las cámaras, circunstancia que lleva a los legisladores a acatar lo que desde la cúpula les solicitan, piden y exigen.
Además de todo lo que se juega en las obsesivas elecciones del 2021, vamos a entrar por primera vez en los terrenos de la reelección de legisladores. Si alguien deberá estar a las vivas somos los ciudadanos. Morena nos va a vender que todo lo que se ha hecho en el Legislativo es maravilloso, en tanto que los alicaídos partidos de oposición nos aventarán la “ruina” que está provocando la mayoría.
Lo importante es que vamos a poder con el voto evaluar a quienes nos han representado lo que conlleva un proceso de corresponsabilidades. El momento del sufragio es lo que permite definir quién queremos que nos gobierne por tres o seis años, según el proceso.
Los partidos políticos deben hacer algo que por lo general no hacen, desarrollar la autocrítica. El nuevo dirigente de Morena le ha pedido a los legisladores de su partido que busquen la reelección, porque asegura que “lo han hecho muy bien”, propuesta que poco o nada los lleva a verse en el espejo.
Los otros partidos piensan lo contrario. Lo que no se puede pasar por alto es que están minimizados y ansiosos por encontrar en cualquier lugar algún tipo de alianza.
Llegará de nuevo la oportunidad del momento en estas definiciones, ahora acompañado de la reelección.
No se nos olvide que los políticos van y vienen y los que por aquí seguimos invariablemente somos nosotros.
RESQUICIOS
La confianza de la fiscalía de EU en la justicia mexicana contrasta con su sistemática crítica hacia ella. Parece que algo se cruzó en el camino, el balón está en nuestra cancha y más vale no regarla por el Ejército pasando por el general.
Este artículo fue publicado en La Razón el 20 de noviembre de 2020. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página