El Presidente regresó después de su contagio más echado para adelante de lo que estaba, por momentos se le llega a ver incluso contrariado.
Trae un tono belicoso y ha incrementado sus críticas al pasado y a algunos medios de comunicación. La insistencia de señalar al pasado va teniendo cada vez menos efecto, porque desde hace dos años y medio el tiempo corre en función y responsabilidad del gobierno. Muchas de las críticas tendrían que ya ser superadas para mostrar que ese pasado está siendo dejado atrás bajo una nueva gobernabilidad.
El gobierno ha cambiado poco en asuntos esenciales: se mantienen las grandes obras; se ha invertido poco en ayuda a las pequeñas y medianas empresas; cada vez se gasta menos en la compra de medicinas y hay algo así como una obsesión por ahorrar en medio de procesos de escasa transparencia y rendición de cuentas.
Una hipótesis del porqué el Presidente pudiera estar más echado para adelante con tono aún más belicoso podría ser que tenga un diagnóstico de cómo está empezando a ser visto y cuáles podrían ser las reacciones ciudadanas.
Si alguien sabe medir los tiempos y el papel que juega como político es el Presidente. Algo pudiera estar viendo que lo está obligando a meterse abiertamente en los terrenos de jugar el rol de candidato más que de Presidente, son terrenos que además le gustan y le van bien y también son terrenos que paradójicamente criticó en infinidad de ocasiones.
La presencia de López Obrador en el país es desde hace tiempo el gran referente. Su ausencia por dos semanas fue marcadamente notoria, a tal grado que su equipo de trabajo se quedó como pasmado a lo largo de 15 días. Si de por sí el gabinete se ve desdibujado, la ausencia presidencial lo colocó en mayor pasmo.
El Presidente sabe muy bien que para millones de personas lo que dice es lo que es. Si asegura que el aeropuerto Felipe Ángeles ha sido inaugurado y es una de las obras más importantes en el mundo se toma como una verdad. Si dice que México es el gran eje económico de América del Norte se cree sin preguntar.
Si asegura que detrás del aeropuerto de Texcoco existen una infinidad de contratos ilegales y hechos de corrupción se acepta, sin importar que no haya denuncia alguna detrás de ello. Si dice que ya pasó lo peor de la pandemia termina creyéndose quizá más como esperanza que como un hecho concreto.
Lo que dice López Obrador no es puesto en duda entre sus millones de seguidores. Le creen porque es sinónimo de esperanza, porque es uno de los suyos y porque, más allá de filias y fobias, pocos presidentes en la historia del país han puesto por delante la atención a la pobreza y a los más desprotegidos.
Por ahora hay pocos elementos para evaluar si el discurso del Presidente tiene que ver con la realidad de millones de mexicanos, o si más bien lo que está haciendo es crear en el imaginario colectivo una idea de que lo que dice es, a lo que riesgosamente puede terminar enfrentándose con la terca realidad en el mediano plazo.
Por ahora el Presidente tiene un discurso que le viene bien a millones de personas. Mucho de lo que expresa es lo que quiere oír la gente, porque al tiempo que lo que dice confronta directamente a quienes de alguna u otra manera son responsables del estado que guardan las cosas, habla en función de lo que cree, supone y ve. El discurso quizá busca hacer ver condiciones en que se quieren ver las cosas en la vida de millones de personas y no necesariamente en lo que sigue viviendo.
El país está bajo el ritmo que impone el Presidente, lo que está en entredicho es a dónde nos lleva ese ritmo.
RESQUICIOS
Que conste. “¡El peor enemigo del mexicano es el mismo mexicano! ¡Sintiéndome mexicano me da tristeza! ¡Cambiemos el chip! ¡Todos hacia el mismo rumbo! ¡Crecemos juntos ante el mundo! ¡Disfruten raza. Prometo mejorar también! ¡Bendiciones para todos!”: André-Pierre Gignac. Destacado futbolista francés de los Tigres de la UANL.
Este artículo fue publicado en La Razón el 15 de febrero de 2021. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.