Los asesinatos de periodistas ocurren a nivel local. Los periodistas en estados y municipios son los más vulnerables. Los periodistas famosos de alcance nacional son cotidianamente asediados por el poder presidencial, pero, sin minimizar la gravedad de esa retórica –al contrario, hay que insistir que exacerba el problema–, la realidad es que la peor parte la llevan los periodistas locales.
El fenómeno comenzó tras la caída del régimen hegemónico. El viejo régimen imponía una censura ambiental –como la calificó Miguel Ángel Granados Chapa– que acataba la mayoría de los periodistas, locales y nacionales. Sabían hasta dónde llegar y muy rara vez era necesario llegar a medidas de coerción extremas como el asesinato o el encarcelamiento. A cambio, los periodistas tenían cierta seguridad y certidumbre.
Con el derrumbe del Estado autoritario, los periodistas quedaron sin protección porque se emanciparon algunos poderes que antes estaban supeditados al régimen, principalmente los gobernadores y el crimen organizado. Desde la caída del viejo régimen, esos dos poderes han sido las principales amenazas al periodismo.
La guerra contra el crimen organizado agravó el problema. Hay discrepancia sobre las cifras de periodistas asesinados desde entonces (también es materia de disputa política), pero la mayoría de los datos disponibles coincide en que son más de 250, y en que la violencia contra los periodistas se agravó a partir del 2006 preponderantemente en lo local porque es ahí donde aquellos actores tienen mayor incidencia y, al mismo tiempo, donde el Estado es más débil.
No hay ninguna duda de que este es un problema de Estado y que el gobierno es el principal responsable de atenderlo. Un Estado fuerte en términos de seguridad y legalidad sería el primer paso para resolver el problema. El uso de la fuerza disuadiría a los criminales, y el uso de la ley a los gobernadores y alcaldes. Desafortunadamente, no contamos con ninguna de las dos y su construcción y fortalecimiento puede tomar años, si no es que décadas. Entonces, ¿qué hacer?
Muchas cosas, pero hay una que, si bien no resuelve el asunto, ayuda: financiar al periodismo local. Además de la violencia, el periodismo local está intimidado desde siempre por el hambre, una parte medular de su precariedad. Ahí están las palabras de Alito Moreno, exgobernador de Campeche y actual dirigente nacional del PRI, en unas grabaciones recientemente filtradas: “a los periodistas no hay que matarlos a balazos sino de hambre”. Un periódico con recursos y finanzas robustas tiene mucho más infraestructura, herramientas, canales de salida, relaciones con otros medios y otros países, para proteger a sus periodistas.
Siendo que la publicidad oficial es un arma de doble filo porque, en el contexto de un Estado débil, se convierte en una prebenda que ata a los medios al poder en turno, la esperanza debe estar en los lectores. En el fondo, la falta de dinero en el periodismo local tiene que ver con falta de lectores. Y como no hay lectores, hay pocos suscriptores y, peor aún, pocos anunciantes autónomos. Si usted quiere ayudar a superar esta crisis –aunque no baste–, puede empezar leyendo, anunciándose y suscribiéndose a su periódico local; y exigiendo, claro, periodismo de calidad.