Andrés Manuel López Obrador está furioso con Carmen Aristegui; el pasado viernes 4 de febrero, en uno más de sus ejercicios catárticos contra los medios de comunicación, lanzó sobre la periodista una serie de adjetivos y descalificaciones que eran impensables que la tuvieran a ella como destinataria hasta antes de que el tabasqueño asumiera la presidencia, pues todavía en aquel entonces la relación entre ambos era muy cercana.
Después de tantos años de ser ante sus ojos una periodista libre e independiente, ahora resulta que siempre no, que sólo simuló serlo e incluso el presidente se ufana de que él advirtió de ello a personas que veían a Aristegui como una paladina de libertad. En su retahíla contra la conductora, no aclaró en qué momento se dio cuenta de que en realidad ella formaba parte del “bloque conservador”; sólo la acusó de “enseñar el cobre” y la sentenció como a todos los que son objeto de sus juicios sumarios.
La condenó también por haber tenido en algún momento como colaborador de su programa al consejero presidente de INE, Lorenzo Córdova, con quien el mandatario está confrontado, y por mantener en su equipo de analistas a Denise Dresser y Sergio Aguayo, todos ellos según su concepción, “enemigos de la transformación”.
La ira presidencial contra Aristegui se desató por la transmisión que ésta hizo del reportaje conjunto de Mexicanos Contra la Corrupción y Latinus, plataforma que encabeza Carlos Loret de Mora, otro “adversario” del Ejecutivo, acerca del posible conflicto de intereses de rodea a su hijo mayor, quien rentó una lujosa mansión en Houston a un contratista de Pemex.
Como suele reaccionar cuando se publica algo que no es de su agrado, López Obrador no refutó con pruebas los datos y documentos que se mostraron en el trabajo periodístico; sólo recurrió a su retórica victimizante y teorías conspirativas, apelando a la fe ciega que le profesan sus simpatizantes y que él espera de todo mundo.
El presidente ya venía acumulando enojo contra Aristegui desde el 29 de noviembre de 2021, cuando en conjunto con Proceso y otros medios de comunicación, presentó una investigación donde se documentó que sus hijos se habían visto favorecidos por el programa Sembrando Vida para el cultivo del cacao que emplean en la elaboración de los chocolates Rocío, una marca selecta de la que son dueños.
En aquella fecha arremetió por primera vez en un tono más alto contra Aristegui, su otrora aliada. Dijo entonces que ésta, ni Proceso nunca habían hecho “periodismo a favor del pueblo”; negó la cercanía que por varios años tuvieron, y más aún, aseguró que desde que estaba en la oposición sabía que era “conservadora” pero que “por respeto” se callaba.
“Ahora es distinto, pero la gente pensaba que Carmen Aristegui era una periodista de vanguardia. Yo me quedaba callado por respeto, pero en el mismo movimiento nuestro era una especie de paladina de la libertad y yo tengo otra opinión. Cuando nosotros estábamos en la oposición, me entrevistaba una vez cada seis meses y buscaba ponerme en entredicho, como buena periodista conservadora”, sostuvo.
López Obrador una vez más miente. Hasta el 17 octubre de 2018, siendo presidente electo, existe constancia de la buena opinión que él tenía sobre Aristegui; en esa fecha la llamó por teléfono a su programa y celebró que éste se transmitiera nuevamente por radio, gracias a su convenio con Grupo Radio Centro.
“Ahora que ya estás en radio de nuevo, radio abierta vas a tener, como siempre, muchos radioescuchas, mucha gente pendiente de tu noticiero por lo que tu representas, por lo que tu significas como periodista independiente, profesional y te deseo lo mejor”, le dijo.
También falta a la verdad cuando afirma que, como opositor, la periodista lo entrevistaba una vez cada seis meses para ponerlo en entredicho. Entre 2009 y 2015, cuando Aristegui tenía a su cargo el noticiero matutino de MVS, fue entrevistado en 28 ocasiones, más que cualquier político nacional de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. La duración promedio de estas conversaciones oscilaba entre 52 minutos y una hora 20 minutos y en la mayoría de ellas, lo dejaba explayarse en su línea discursiva conocida en él: los buenos contra los malos y la “transformación” que el proponía para el país; en muy pocas ocasiones Aristegui le pedía mayor precesión en sus posiciones, pero nunca en forma tan incisiva como con otros personajes.
Hasta antes de ser el presidente poderoso que ahora es, a López Obrador nunca le había importado que Lorenzo Córdova hubiera sido colaborador de Aristegui e incluso le conviene olvidar que éste fue uno los más críticos observadores del cuestionado proceso electoral de 2006. Lo mismo sucede con Denise Dresser y Sergio Aguayo, que junto con Lorenzo Meyer eran analistas del noticiero Monitor, que conducía José Gutiérrez Vivó, y una vez que éste desapareció, Aristegui los cobijó. Por cierto, el hoy mandatario tiene muy buenos recuerdos de aquel programa como uno de los que más “lo apoyó” durante el conflicto postelectoral de hace casi 16 años.
Aristegui y AMLO, los mismos ayer y hoy
¿En verdad Aristegui sufrió esa metamorfosis que acusa el presidente? No es así. Por muchos años, la periodista y López Obrador compartieron intereses y el mismo objetivo: presentarse como la antítesis del oficialismo en los sexenios anteriores y como víctimas de persecución política por parte de quienes entonces detentaban el poder.
Salvo el ya célebre reportaje de la Casa Blanca, que sin duda se trató de una investigación con un sólido soporte documental que marcó al gobierno de Peña Nieto, el periodismo de Carmen Aristegui era abiertamente militante de la causa lopezobradorista y de todo aquello que le fuera funcional, aun cuando se tratara de meros rumores o de versiones con un sustento endeble.
Por ello, pudo esparcir con impunidad las historias del supuesto alcoholismo de Calderón, el presunto convenio de Peña Nieto con Televisa para hacerse de la Presidencia de la República y el también supuesto trasiego de drogas a Nicaragua en camionetas de Televisa. También acompañó a López Obrador en cada uno de sus pasos cómo líder opositor y eterno candidato en campaña hasta que logró por fin el poder presidencial. El tabasqueño, a su vez, era el primero en respaldarla cada que ella se decía víctima de censura.
Ya una vez que López Obrador asumió el poder, Aristegui siguió en la línea ser transmisora de su discurso y propagandista de sus acciones; por mucho tiempo guardó silencio ante los embates del mandatario contra todo aquel que disiente; no mostró solidaridad alguna con el periódico Reforma, donde por cierto ella colabora, ni con Jorge Ramos, quien siempre la ha respaldado. Incluso arremetió contra Carlos Loret de Mola cuando éste fue citado a comparecer por el caso Florence Cassez y lo llamó “peoncito” de Bernardo Gómez.
Sin embargo, tal vez en busca de la notoriedad que siempre le ha gustado, Aristegui tomó la decisión editorial de salirse un poco del guion oficialista y presentar reportes que cuestionan, no directamente a la figura presidencial, pero sí a su familia. Como era de esperarse, López Obrador no dudó en incluirla en la lista de “traidores” de su causa.
Ahora que la ira presidencial la alcanzó, Aristegui esta vez sí levantó la voz para denunciar la agresividad del mandatario y acusarlo de usar los recursos del Estado y todo el peso de su investidura para tratar de destruir su reputación. Los que han sido críticos del gobierno desde sus inicios, habían venido denunciando esa situación en contra de otros medios, periodistas, actores políticos y sociales. Aristegui sólo reaccionó en función de sí misma, porque ella, al igual que López Obrador, solo se guía por su propio interés.
Mientras el presidente justifica sus ataques a la prensa escudándose en un desigual derecho de réplica y supone que el “periodismo a favor del pueblo” es aquel que lo aplaude, Aristegui reivindica tardíamente una exigencia de respeto a la libertad de expresión, centrada en su propia persona; nunca pensando en los que antes que ella fueron blanco de descalificaciones por parte del titular del Ejecutivo. Ambos son los mismos que siempre han sido; desde su respectivo ámbito, están convencidos de que sólo ellos son agentes de cambio y por lo tanto, aquel que los cuestione, por la razón que sea, tienen fines aviesos de destrucción.
Lo que sí es un hecho es que quienes antes eran apoyadores de ambos, se han alineado con el poder; Jenaro Villamil, en su cómoda posición de funcionario, calla ante la embestida de López Obrador contra Aristegui cuando antes era el primero en defenderla; Epigmenio Ibarra justifica sin chistar al mandatario y los youtubers afines al gobierno no dudan ni un instante en arremeter contra la periodista. Sólo el tiempo dirá si este divorcio entre Aristegui, López Obrador y sus seguidores, es definitivo.