En busca de gobernar mediante su palabra –de ahí sus otros datos que retan al sentido común y a la realidad–, el presidente López Obrador continuamente ejerce su privilegio de hablar desde una tribuna que no pasa desapercibida, pero haciéndolo al filo de la navaja por tantos discursos dichos sin la necesaria asesoría que debe tener un mandatario moderno. El resultado: caer continuamente en contradicciones.
Gobernar con discursos
Es claro que el presidente busca gobernar con base en sus discursos. La página de la presidencia de México ofrece las versiones estenográficas –prácticamente una diaria–, en las que se puede apreciar que más allá de inaugurar obras, realizar acciones o difundir programas de gobierno, lo que se tiene es discursos, declaraciones y palabras, muchas palabras.
Y como sucede cuando se repite tanto algo, “tanto va el cántaro al agua hasta que se revienta”, el presidente no está exento de cometer errores o en caer en contradicciones.
Acostumbrado a actuar sin guión o sin el consejo de asesores, López Obrador expresa lo que piensa y en lo que cree, algo que muchos ya debieron comprender pues fue un elemento que le ayudó a ganar las elecciones –su sencillez frente a la sofisticación sin resultados de sus competidores–, pero que a la hora de gobernar supone un problema.
Algunos ejemplos los podemos ver en episodios como el famoso Culiacanazo o los pronósticos de crecimiento económico.
Pese a que en la conferencia de prensa, el 18 de octubre de 2019 en Oaxaca luego de los lamentables sucesos con el operativo fallido, el presidente López Obrador dijo que el gabinete de seguridad tiene “las instrucción de informar con la verdad, para que todos los mexicanos tengan información, sepan qué fue lo que sucedió el día de ayer en Culiacán”, a pregunta de un reportero acerca de quien tomó la decisión de liberar a Ovidio Guzmán, el mandatario dijo, “el secretario de la Defensa, el secretario de Marina, el secretario de Seguridad, se concentraron, se reunieron y le dieron seguimiento al problema, y tomaron decisiones que yo respaldo, que yo avalo porque se tornó muy difícil la situación”.
López Obrador sostuvo ese día, que “se trató de un operativo que llevó a cabo el Ejército a partir de una orden de aprehensión de un presunto delincuente, pero –como ya lo explique– hubo una reacción muy violenta y se ponía en riesgo la vida de mucha gente”.
Pero el pasado 19 de junio de 2020, el presidente dio otra versión de lo ocurrido: “cuando se decidió, para no poner en riesgo a la población, para que no se afectara a civiles, porque iban a perder la vida si no suspendíamos el operativo más de 200 personas inocentes en Culiacán, Sinaloa, y se tomó la decisión, yo ordene que se detuviera ese operativo y que se dejara en libertad a este presunto delincuente…”
En lo único que fue consistente es en el argumento de que se buscaba salvar vidas.
En el caso del tema del crecimiento económico, algo que como opositor criticó constantemente, en campaña prometió una cifra de 6%, para ya en la presidencia empezar con una de 4%, para pasar a 2%, negar que se estaba entrando en una crisis y acabar por ofrecer un nuevo índice que sustituyera al Producto Interno Bruto, incluso hablando de medir la felicidad.
Otro asunto en el que ha caído en contradicciones tiene que ver con su tema favorito, la corrupción. Declaró el fin de este flagelo, prometió desde la campaña que al llegar al poder terminaría, pero no tuvo mucho que esperar para ver cómo sus propios correligionarios lo corregían.
Carlos Lomelí, superdelegado en Jalisco, tuvo que renunciar ante denuncias de que sus empresas eran beneficiadas por compras de gobiernos morenistas; luego tuvimos las denuncias en contra de Ana Gabriela Guevara en Conade, las casas de Bartlett, la magia inmobiliaria del matrimonio Ackerman-Sandoval y las denuncias del presidente de Morena, Alfonso Ramírez Cuéllar, en contra de la morenista Yeidckol Polevnsky por malos manejos del presupuesto del partido.
Y en el caso de la austeridad, de la presunción de que es alguien que vive sin lujos, la contradicción vino de su propia familia, pues sus hijos se estrenaron como empresarios de una fábrica de cerveza y chocolates, además de presumir en sus redes sociales lujos que van en contra del discurso presidencial, sin contar con la riqueza que se ha dado a conocer de miembros del gabinete como Marcelo Ebrard, Olga Sánchez Cordero o Alfonso Durazo, que se ubican en las antípodas del discursos de austeridad de López Obrador.
Pero es algo previsible cuando se busca gobernar con base en discursos, acaparando la agenda de la discusión pública y cerrando las puertas a medios de comunicación críticos, buscando centrar toda la comunicación política del actual gobierno en el propio presidente.
No cabe duda de que la frase “el pez por su boca muere” queda como anillo al dedo al actual mandatario.