La incomprensión sobre el presente nace de la ignorancia del pasado.
Marc Bloch
Para entender a López Obrador hay que entender la historia del PRI.
Entender la historia no del conjunto de grupos que hoy buscan alcaldías, gubernaturas y curules bajo esas siglas, sino del partido que fue hegemónico –de mediados de los cuarenta a mediados de los noventa del siglo pasado- y, por tanto, del régimen autoritario posrevolucionario.
Política y económicamente, el sistema priista fue autoritarismo y capitalismo, que superficialmente parecía de izquierda, y cuyos beneficios sociales son menos que sus errores y perjuicios. Dos ejemplos cargados de significados: el Instituto Mexicano del Seguro Social, el IMSS, nunca fue –nunca ha sido- ciudadanamente universal, por no decir nada sobre la calidad del servicio; el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, el ISSSTE, es una aberración si se le ve desde perspectivas democráticas: ¿en qué tipo de país y por qué tipo de Estado se crea un “seguro social” exclusivo para los empleados de ese Estado?
López Obrador parece de izquierda a los superficiales, sus errores y daños son muchos más que sus decisiones acertadas o inocuas, y es autoritario. Autoritario a la manera priista, que es su cultura porque es su aprendizaje nunca abandonado: presidencialista, anti división de poderes, antipluralista, con aspiración a controlar elecciones no democráticas. El régimen político del PRI era un sistema de gobierno hiperpresidencialista (“superador” de la Constitución que se elogiaba hasta el mareo), un sistema de partido hegemónico (que no se construyó en tres años) y un sistema electoral bajo control gubernamental y partidista (organización de elecciones por las secretarías de Gobernación y “calificación” de los procesos en las legislaturas dominadas por el PRI, todos colaboradores del presidente).
¿Esos tres sistemas se han restaurado en 2021? No. Pero se pueden restaurar, sin que sea inevitable, y esa restauración es lo que quiere políticamente AMLO. Mal los exagerados y mal los ciegos, y bien dice el dicho: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Porque se puede ver que al presidente López Obrador no le importa la Constitución y la viola frecuentemente, que busca todo para él y su partido, y que acaba de “confesar” que prefiere elecciones que formal o informalmente sean gobiernistas. De su gobierno o a favor de su gobierno desde otro órgano subordinado. Eso es el fondo de su idea de “reforma administrativa” al INE. Empezar a destruirlo. Ahí está: priista.
Para los ciegos voluntarios: en un país de historia autoritaria y de cultura política autoritaria, elecciones sin algo como el IFE-INE no podrán ser ni más democráticas ni mínimamente democráticas. No nos engañemos, para que otro tipo de organización electoral funcione bien en México se necesitan una historia democrática de la que carecemos y de una cultura política democrática que ningún partido mexicano tiene. Ninguno. Sea cual sea el partido que gobernara, si ese partido organizara las elecciones sólo sus candidatos ganarían. Como fue en el priato.
Sin duda, el chavismo es autoritario pero no todo lo autoritario es chavista; la izquierda puede ser autoritaria (también democrática y liberal) pero no todo lo autoritario es de izquierda. El PRI era autoritario y pragmático, no de izquierda, era pluralismo restringido y clientelismo conservador, ni democracia ni Estado de Bienestar. López Obrador es priista. El priismo reaplicado es el gran riesgo de su presidencia.