Justo la semana en que el Presidente –en el marco del Día del Ejército– agradeció a los militares no ceder al canto de las sirenas que sugerían un golpe de Estado, y después de que se quejara de que detrás de las protestas de mujeres por los feminicidios estaban los conservadores y otras facciones que buscan golpear a su gobierno, Mike Hudges moría en su cohete casero en busca de demostrar que la Tierra es plana. Aunque no lo crean, hay relación entre lo aquí comentado, a continuación te lo explico.
Versiones alternativas
Estamos en pleno siglo XXI, en una época en que cualquier persona desde su teléfono celular puede comunicarse y compartir imágenes y sonidos con otros en cualquier parte del mundo, en un momento de la historia humana en que nos podemos informar de lo que sucede en lugares tan lejanos como China o Australia y comentar lo que ahí sucede al instante.
Pero a pesar del avance tecnológico y de los pasos que hemos dado como especie en el camino de la evolución, hay quienes gustan de voltear hacia atrás en un intento por desandar el recorrido.
Ideas que se creían superadas por la evidencia que la ciencia aporta, vuelven a estar de moda y –lo que es peor– aceptadas por amplios sectores sociales que las convierten en sus “causas”, para defenderlas a capa y espada.
Así, en México volvimos al siglo XIX para volver a ser testigos de una lucha contra los conservadores, encabezada por alguien que trata de emular a Benito Juárez.
Como si la soberanía nacional estuviera en riesgo o las ideas de un sector minoritario ligado a una religión fueran la norma, tenemos un Presidente que gusta revivir esa etapa de la historia nacional sin considerar qué tanto ha cambiado el país.
Pero algo anda peor cuando utiliza el término conservador para referirse lo mismo a grupos anarquistas, la oposición partidista, empresarios, familiares de pacientes afectados por el desabasto de medicinas o mujeres que protestan por la violencia que cotidianamente enfrentan.
Todos son conservadores y, en consecuencia, él es un liberal que salvará a la nación, aunque no se pronuncie claramente en temas como el aborto o evite que se avance en temas como energías renovables –ya sabemos que la energía eólica no es de su agrado–, y prefiera apostar por el petróleo o el carbón, como en épocas pasadas.
Pero al igual que el desafortunado terraplanista que murió tratando de demostrar su teoría, nuestro Presidente insiste en una nueva teoría de la conspiración al hablar de que el Ejército –esa institución que, dijo en campaña, iba a desaparecer para quedarse sólo con su Guardia Nacional–, no hizo caso a un intento de golpe de Estado.
No señaló a alguien en especial, no ofreció pruebas –al igual que en otras ocasiones–, y no dijo de dónde provenía ese “canto de sirenas” al que hizo alusión en su discurso del pasado 19 de febrero, pero sí alborotó al gallinero de las redes sociales, pues de inmediato salieron sus defensores –fanáticos, mejor dicho– a señalar que detrás de los ataques –en especial las protestas de mujeres– estaba nada más y nada menos que George Soros, el todopoderoso empresario especialista –según los teóricos de las conspiraciones– en desestabilizar países gracias a su infinita fortuna.
Así, la tercera semana de febrero de 2020 volvió a traernos ideas que pensábamos estaban ya superadas, pues de nueva cuenta volvemos a escuchar de los conservadores y que la Tierra es plana, además de golpes de Estado.
Pero la terca realidad insiste en mostrarnos sus otra datos: la inseguridad no refleja lo prometido en el discurso oficial, no se termina el desabasto de medicinas, hay evidencias de que la corrupción no ha terminado, el desempleo crece y la economía no llegará al destino señalado desde Palacio Nacional.
Esta realidad es la que obliga a que tengamos a un presidente que gusta de compartir todo lo que come, a que juegue con frases coloquiales –sin decir nada en realidad– y a inventar enemigos para mantener unido a su movimiento, mismo que ya hace agua como toda Torre de Babel.
Pero lo que preocupa es que no haya capacidad de reconocer errores y sí una necedad –dicho esto por el mismo presidente–, que no permite corregir el rumbo, abrazando una serie de creencias que serían aceptables si sólo se circunscribieran al ámbito personal del mandatario, no en la conducción de un gobierno y en un país con más de 130 millones de habitantes.
Pero así como Hudges defendió –en contra de toda evidencia– su teoría de que la Tierra es plana, en Palacio Nacional tenemos a alguien que piensa que su sólo ejemplo bastará para cambiar a toda la República, y ya vimos que en el combate a la corrupción no ha resultado así.
Sólo esperamos que no se suba a un cohete casero para demostrar que él tiene la razón.