Son más o menos las tres y media de la tarde de este domingo 25 de diciembre. Estamos mi hijo mayor y yo en el vagón del metro dejando la estación Guerrero mientras platicamos sobre un libro que él me recomendó para defender mis posiciones socialdemócratas aunque él mismo, Emiliano, no coincide con el autor (veníamos de La Lagunilla). Pero dejo de concentrarme unos instantes porque escucho "Caminito" acompañada por una guitarra, sí, no por un acordeón, en la voz metálica de un ciego que gesticula como si cantara algo de jazz; cojea de la pierna derecha pero mantiene el ritmo que no logro asociar con Gardel. El ciego recibe nuestras monedas sin detener el paso ni el canto; le va al América, le digo a Emiliano, al señalarle la playera que hoy miles defenderemos en la cancha del universitario de Nuevo León, y a las nueve y media de la noche más o menos, él y yo junto con millones, no exagero, estaremos felices o muy tristes. A esta hora estamos tristes porque nuestro equipo perdió aunque luchó hasta el final, con todo, viviendo los imponderables a favor y en contra de los errores arbitrales, igual que nosotros sus seguidores que sabíamos que una copa más seria condenada como resultado de un complot y una derrota como la justicia divina. No existe el destino, estuvimos a dos minutos y no se pudo, América luchó como un grande frente a todas las adversidades. Qué importa, a final de cuentas, uno canta las canciones que siente y grita en favor del equipo de sus amores, eso lo tenemos claro, en la victoria y en la derrota, qué se le va a hacer.
"Caminito que el tiempo ha borrado
Que juntos un día nos viste pasar (…) Desde que se fue, nunca más volvió…"