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La fórmula “yo tengo otros datos” ha ganado popularidad y es motivo para la proliferación de memes y comentarios en los medios de comunicación. Sobre todo por su uso altamente frecuente en las conferencias de Palacio Nacional. Es una expresión adecuada que se ha de emplear en un diálogo argumentativo, donde uno afirma tener ciertos datos y otro replica que posee datos diferentes. Por el hecho de darse dentro del diálogo argumentativo, le corresponde al segundo la carga de la prueba. Si no lo hace o elude poner sobre la mesa los datos que dice tener, viola las reglas del diálogo y comente un rosario de falacias. Vayamos por partes.

La frase “yo tengo otros datos”, no es en sí misma falaz. Prueba de ello es que la pudo usar con legitimidad Galileo Galilei ante Tolomeo. También Albert Einstein le podría haber dicho a Isaac Newton: yo tengo otros datos, por ejemplo, sobre la naturaleza de la luz.

Ahora bien, los datos por sí mismos ni dicen ni dejan de decir algo para alguien. Una simple observación, como llueve, o una información, como hoy se conmemora el inicio de la Revolución Francesa, son o no relevantes en un determinado contexto, en el cual alguien hace un aseveración con cierta intención comunicativa.

IMAGEN ORIGINAL: GALO CAÑAS /CUARTOSCURO.COM

En cambio, los datos no son simples informaciones sino que se emplean dentro de una argumentación para dar sustento una conclusión o tesis. Toda argumentación se compone de una o más premisas que se emplean para sustentar en algún respecto a cierta conclusión. En este sentido, los datos se incorporan en aquellos razonamientos que se refieren a hechos o sucesos. En buena medida, la fuerza de la argumentación depende de la precisión, la relevancia y lo fidedigno de los datos-premisas. La conclusión no es un dato sino la consecuencia lógica de las premisas. En un diálogo argumentativo, las partes que intervienen pueden o no coincidir en la conclusión que defiende una de ellas; o pueden coincidir en una misma conclusión, pero diferir en cuanto a las premisas señaladas; o también pueden discrepar en ambos componentes de la argumentación.

La fórmula “yo tengo otros datos”, significa que la discrepancia puede referirse a que ciertos datos son tomados en cuenta en principio (un gesto de cortesía) por uno de los participantes en el diálogo argumentativo, pero que han de resultar inconsistentes en algún sentido con otros disponibles por el otro participante en el diálogo. Se entiende que estos son tales que especifican, modifican, matizan, rectifican o de plano los refutan o falsean los datos considerados en principio. En cuyo caso, dentro del diálogo argumentativo se abre el espacio para que, quien discrepa de los datos iniciales, enuncie y corrobore sus propios datos. Si esto no ocurre, si nada más se usa la fórmula para acallar al otro, o para desviar su atención, entonces se estará en el terreno de la sofística y por ende del fingimiento o del engaño que implica un rechazo a la argumentación.

YO, LA VERDAD HABLO

Esto queda de manifiesto cuando se desanuda su estructura. Puede ser un estratagema engañosa cuando se aplica así:

Supongamos que X es persona o institución, y ella tiene ciertos datos Y (generalmente conocidos, documentados, publicados)

Digamos, que E (ego) es una persona diferente y asevera que tiene otros datos, digamos Z.

Se supone, para los participantes en el dialogo, que los datos Z rebaten o invalidan en algún sentido los datos Y. Los datos que E dice tener deberán ser más fuertes que los datos enunciados por X. En buena lid, se presupone que los datos Z son en algún aspecto mejores, más precisos, más objetivos que los Y. Esto último debe ser justamente la conclusión, ya sea implícita o explícita, de ese diálogo argumentativo. Los datos solo apuntalan dicha conclusión.

Hasta aquí no hay falacia alguna. Se vuelve falacia cuando E no pone a la vista de sus interlocutores sus datos particulares. No los da a conocer, ni aporta la fuente, ni los desglosa para explicar por qué son “otros” e, implícitamente, mejores. Por supuesto, si así se comporta, no solo violan los principios de un correcto diálogo argumentativo sino que se decanta notoriamente en contra de las prácticas democráticas.

Se llama falacia de eludir la carga de la prueba, que consiste en asumir que algo es verdadero o falso por el simple hecho de no aportar razones que fundamenten la conclusión, en negarse ofrecerlas o en pretender que las aporte el oponente. Si solamente se blofea con una oferta que nunca se cumple, se incurre en la falacia de la afirmación gratuita que, como su nombre indica, se comete cuando no se da razón de las propias afirmaciones.

En su diccionario de Uso de la razón, Ricardo García Damborenea señala que fue Bentham quien llamó a este sofisma Ipsedixitismo (del latín ipse: él mismo, y dixit: dijo), que equivale a nuestra expresión: “si lo dijo mi jefe, así será”.

Pero hay algo más grave, que es la descalificación de los datos por esa falacia que se conoce como el rechazo de culpable por asociación, que es suponer que alguien argumentó usando los datos de una fuente (un periódico determinado, una encuestadora una calificadora) a la que se acusa de “corrupción”, de “sesgo político”, de “conservadurismo atroz” y, por eso mismo, los datos presentado son como tentaciones de Satán. Por supuesto, al descalificar de antemano la fuente, ya nunca se discuten ni analizan los datos. No hay diálogo argumentativo.

¿CUÁL ES TU EVIDENCIA?

Para que esos mecanismos retóricos falaces funcionen, es necesario que quien profiere el discurso se revista de un Ethos como de una persona creíble y veraz. La premisa implícita es la magnanimidad personificada: Todos los honestos dicen siempre la verdad, y por eso si yo les digo que “tengo otros datos” deben creerme a pie juntillas. La insistencia ad nauseam del “soy honesto” y la aseveración de contraste “no soy como los otros”, pretenden justificar literalmente cualquier juicio que emita, acompañado de descalificaciones sobre los que son desafectos para el presidente, sobre los que no le agradan y a los que considera, desde luego, deshonestos. Bajo ese contexto, de autoalabanza y vitupero, se repite precisamente la fórmula “yo tengo otros datos”.

Por otro lado, lo que subyace es la actitud de quien adopta una sordera mental para negarse a razonar o conceder, con humildad, la razón a otro. Reconocer que otro puede tener mejores datos que yo, o que tiene una mejor argumentación que la mía, es un talante humano de tolerancia y sentido democrático. Nada de eso se respira en Palacio Nacional.

A veces cometemos falacias de manera inadvertida, y entonces son simples errores, que tienen la posibilidad de ser corregidos. Pero cuando se cometen falacias sin autocorrección, como el eludir la carga de la prueba, de la afirmación gratuita o del culpable por asociación, estamos en presencia de un espíritu muy antidemocrático, de un líder que le importan otras cosas pero no la verdad. Sin embargo, no habría que sucumbir al engaño ni a la manipulación: estos recursos amañados buscan imponer una sola voz, inmovilizar a la opinión pública e impedir la disidencia y el pensamiento crítico, limitar la libertad de creencia y violentar la libertad de expresión. Nada de eso se va a acabar por más que se repita que la elección presidencial fue ganada por 30 millones de ciudadanos. Vale la frase del “Che”: ¡exijamos lo imposible!

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