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sábado 21 septiembre 2024

Aprendices y maestros todo terreno

por Regina Freyman

Los hombres habitamos la coordenada que cruza lo que somos de lo que podemos, anclados a una existencia biológica que posee una mente capaz de imaginar más allá, creamos herramientas para extender fronteras, pero nos debatimos entre el miedo a nuestras propias capacidades, la ansiedad de terminar en el vacío, o la arrogancia de volar olvidando todo equipaje. Dichos temores son fuente de discusiones peregrinas que nos impiden avanzar del único modo posible, hacia adelante. Concretamente me refiero a la discusión sobre los nuevos ámbitos educativos. Como maestra confesa, procedente del siglo pasado de libros de papel, teléfonos fijos y pizarrones oscuros, dialogo constante entre mis yos, aludo a la vieja película –Llamar a una película ochentera vieja es una concesión con las nuevas generaciones. Procedente de esos tiempos no puedo ver viejos a mis coetáneos, aunque esto incluya a esa mujer que se me aparece al espejo y en el zoom y que sospechosamente se parece a mí con arrugas, pero que mi Photoshop integrado insiste ver sin edad que me habitará, sospecho, hasta la muerte— de Michael Keaton Yo y mis otros yos para imaginar que la maestra Regina del salón de clases discute las bondades de la educación presencial con la maestra Regina que hoy da clases en zoom, con la maestra Regina que es un avatar en el metaverso y que ya dio dos clases ahí y finalmente, con la pobre atolondrada Regina que dio una clase híbrida sintiéndose intimidada por una cámara persecutoria y no sabiendo si atender a los sujetos de la pantalla o a los presentes en el salón. De esta última no hablaré hasta conocerla a fondo, me enfocaré en dar voz a las otras tres para destacar lo evidente, hemos entrado a un nuevo orden mediático, cognitivo y social, no hay vuelta atrás y lo mejor que podría pasarnos es convertirnos en seres capaces en todoterreno y dejar de lado las nostalgias que no nos devolverán a Arcadia. 

Regina la presencial: habita un salón de clases, está supeditada a un aula cerrada que implica la contención de un grupo; en su peor modalidad, condicionaba al alumno a procesos simultáneos, a escuchar sin intervenir y a quedarse quietos o tomar nota de cuanto se decía. Las herramientas comunicativas son la oralidad con sus múltiples matices, el riquísimo lenguaje corporal, la lectura del rostro, la proximia que en ocasiones incluye la cálida palmada y el abrazo merecido y respetuoso.  La evolución de dicha aula supuso una mayor libertad, trabajo colaborativo, el cambio de reflectores del profesor al alumno y la cuarta pared que el internet supuso como una manera de integración al conocimiento de ese nuevo y monstruoso contenedor infinito de información, la biblioteca Borgeana sin duda alguna. En tiempos post Covid esa cuarta pared incluye las participaciones a distancia, algo que no es privativo de la escuela y las universidades, práctica que ocurre en empresas y hasta en fiestas familiares. Regina la presencial se acuerda cuando fue maestra de prescolar y concuerda que es en la presencialidad el único sitio donde se educa al menor pues congruente con la educación finlandesa que elogiamos el texto anterior, sostiene que, para un pequeño, aprender valores, conductas, emociones, conocer su interfaz corporal por jugar con el lenguaje, la importantísima convivencia y sociabilización, es un proceso obligado de pura y dura vivencialidad. Toma tiempo llegar, toma tiempo callar, toma tiempo organizar, pero hay miradas expresivas que dicen sin hablar y palmadas que bien valen mucho más que una numérica evaluación.

Con la educación activa y el énfasis en competencias, el aula abrió sus puertas y eventualmente podíamos extendernos a parques y museos. Regina la virtual reconoce la calidez de la presencia y muchas veces gozó y sufrió los excesos de la sociabilización juvenil. Reconoce que el comportamiento complejo de la presencia muchas veces deriva en preferencias y prejuicios que obnubilan competencias, porque una actitud afable es resonante y un alumno tímido se desvanece en el aire.

Regina la virtual: la virtual es dueña de su tiempo y de su atuendo, de su espacio y espectáculo. Los alumnos se nos fugan dicen los docentes con dolor, pero ella recuerda que era así desde tiempos de Platón, unos huyen por las redes y otros lo hacen con las lianas de su imaginación, pero el aula de pantalla es siempre silenciosa y complaciente, atiende quien quiere y el que no, cierra su micrófono y no distrae a los demás. En un medio como este la interacción se debe ponderar y como es la red el recipiente podemos viajar con el cuarto personal como nave espacial. Las tres Reginas lo saben sin chistar la clave de la buena educación está en el diseño y en conocer con atingencia las bondades y limitaciones de cada medio. En zoom no nos podemos tocar y nuestros ojos realmente jamás se llegan a encontrar, pero hasta el más cobarde se atreve porque la pantalla es resguardo de la intimidad. Como voyeur y si me lo permiten me introduzco en sus recintos y conozco cosas que antes jamás pude advertir, su preferencia por el rosa o su tendencia al reguetón pues sus paredes me convocan a entender el espacio que decoran y contribuye a su intimidad. No hay pretexto para faltar (aunque hay quienes lo hacen y lo harán) se puede tomar la clase en cama o en un vuelo transatlántico siempre y cuando haya voluntad. Dividir los grupos en sus cuartos para que puedan dialogar, usar aplicaciones de toda índole y dibujar en pizarrones colectivos son algunas de las mil actividades que se pueden incorporar. En este ambiente es muy fácil pretender, aducir problemas técnicos para esconderse en recuadros negros y fingir estar presente o consciente, pero al fin y al cabo aprender es un verbo intransitivo que depende de la voluntad de quien lo ejerce.

Regina Avatar: Es muy divertido hacer de mí un avatar, tan joven y delgada como lo decida mi humor, con ropa de colores pelo largo y un sombrero de bombín, el metaverso aspira a lo inmersivo, pero es difícil aun moverse por aquí. La visibilidad es reducida y mis alumnos se pueden perder, privilegia su lado lúdico, pero se debe preparar la clase con cuidado para no confundir, los errores técnicos se duplican y la despersonalización también. Este ambiente nos ayuda a pensar en términos de desautomatización, el cerebro se pone en alerta y eso ayuda a la retención; entramos en un nuevo ambiente, núbiles ante estos nuevos estímulos, los juegos de roles se reviven y jugamos a ser otros a vestirnos igual, a tomar clases en una playa o en una sala de conciertos. Podemos hablar y discutir en orden, presentar y hasta navegar en red, pero omitimos el cuerpo lo mismo que en zoom, esperemos que pronto los lentes, guantes y toda la tecnología Kinect nos reconecte. Aquí la planeación es más ardua y es preciso contemplar que el tiempo se vuelve pesado cuando la movilidad es compleja. La interactividad es lo pertinente en este ambiente que privilegia los juegos de roles, los cuartos de escape y la desautomatización que permite temas de reflexión filosófica como visión de mundo, realidad vs verosimilitud; espacio e imaginación.

La tecnología y las personas

La nostalgia y la ilusión obnubilan la razón, y es por eso por lo que se olvida que desde un lápiz hasta un ordenador son productos de la innovación. Los vendedores de humo quieren que pensemos que la buena educación está dada por la personalización, por la acumulación de datos y la mecánica evaluación. Los enemigos verdaderos son la velocidad que no permite los tiempos de reflexión, la falta de literalidad y desde luego, la carencia de sociabilización que se emprende primero en casa y no hay modo que lo asuma ninguna otra institución. El Covid sin duda nos hizo notar que hay mil modos de navegar y que se requiere autonomía para que cada estudiante surque procesos a su ritmo y con su estilo; otro gran enemigo es la masificación que nos invita a vender la idea que con tecnología se puede atender a mil alumnos en un santiamén. La empatía, la civilidad, la literalidad y el pensamiento crítico precisan de la interacción y no de máquinas que midan el desnudo indicador. Hay que diseñar en todos los medios y con todos los sentidos; hay que ser docentes y humanos en todo terreno, sin perder lo que hemos ganado, ni dejar de aprovechar todas las herramientas que hemos inventado. Invertir en educación es el único camino de la regeneración y se invierte en ello tiempo, recursos, dinero y todo, pero todo el ingenio y el corazón.

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