Apuntes feministas: la catarsis no puede ni debe sustituir al pensamiento atemperado

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La historia registra la supremacía del hombre sobre la mujer, en diversos órdenes. Tanto, que incluso en el registro de nuestra memoria oral y escrita, es el hombre el principal impulsor del esfuerzo civilizatorio de los seres humanos y el epicentro de las realizaciones políticas, sociales, científicas, literarias y artísticas.

Revalorar el papel de la mujer en todo este esfuerzo civilizatorio es parte de la misión de esa estructura de pensamiento y acciones que llamamos feminismo. Y esto no es una proclama, sino además de un imperativo político y social, es el registro de una tendencia histórica que, poco a poco, ha revalorado el papel destacado de mujeres de ciencia, escritoras, políticas y artistas. Por fortuna, desde los últimos diez años sobran ejemplos en Museos de Europa Occidental, documentos hemerográficos y otras variantes más aunque, sobre todo, hay cada vez más espacios para las mujeres en prácticamente todas las actividades contemporáneas.

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Como sucede con todas las estructuras de pensamiento, el feminismo implica heterogéneas formas de entender y actuar frente al fenómeno del llamado patriarcado. Una de sus vértices más riesgosas es el fanatismo que remite no nada más a la exclusión del otro, por motivos de género, sino a su eliminación incluso, al acuñar las frases más grotescas imaginables contra el hombre por el sólo hecho de ser eso, hombre. Sobra señalar un solo caso. Desde nuestro punto de vista lo importante a destacar es que el feminismo no puede o no deber ser obra exclusiva de las mujeres sino la construcción intelectual y moral acorde con prácticas que permitan arribar a mejores condiciones de equidad.

En Alemania e Italia, también en Estados Unidos y recientemente en México, ha irrumpido una corriente de acción política que implica la ruptura del orden institucional y las normas, en el nombre del enojo de las mujeres por la inequidad y, en particular, la violencia que padecen desde la violencia doméstica hasta la inseguridad que, en nuestro país, se enfoca sobre todo en los feminicidios. Puede entenderse la catarsis emocional, más aún, tener empatía con ella en virtud de la cantidad de vidas mutiladas cuando no perdidas en una esfera donde impera la impunidad. Pero la catarsis o más aún el odio, no puede ni debe sustituir al pensamiento atemperado.

Pugnar por la equidad de género no debería implicar la descalificación del hombre igual que pugnar por la justicia no debería implicar la ruptura de las normas que debieran garantizar esa justicia. En el primer caso reiteramos que el feminismo es una construcción cultural, una forma de convivencia y ello implica reconocer las diferencias y, sobre esa base, pretender la equidad. El segundo caso remite a un esfuerzo constante, una demanda asidua porque las políticas públicas de los gobiernos y sus ordenamientos legales correspondan con la realidad y no alimenten la violencia, a través de la impunidad, o la inequidad a través de la simulación.

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