El gran logro del actual presidente ha sido mantener la polarización en el país. Desgraciadamente, muchos han caído en esta trampa y reaccionan a la palabra mañanera desde Palacio Nacional como si no hubiera otra ruta para sacar a México de la crisis por la que atraviesa. Cada día, vemos un nuevo episodio de esta historia, en la que lo importante no es tener propuestas o soluciones, sino atacar o defender a un político que ha mostrado que no tiene interés en gobernar para todos.
Divide y vencerás
Fiel a esta divisa, el solitario de Palacio se empeña un día sí y otro también en mantener la polarización en el país. Le conviene, pues su proyecto descansa en lograr que sus palabras, sus decisiones y sus acciones sean el referente sobre el cual hay que hablar.
Y vaya que le ha funcionado la estrategia.
Si dice que cuando junten a 100 mil personas en una manifestación él renuncia –algo que por supuesto nunca hará–, de inmediato surge un grupo que busca tal concurrencia y en redes sociales sus defensores tratan de desmentir que se juntó tal cantidad, a lo que los del bando contrario dirán que hasta tienen notarios para comprobarlo.
Si el presidente dice que detrás de las manifestaciones de mujeres hay una mano negra o infiltrados, de inmediato surgen testimonios que aseguran que no son lo que él acusó, en tanto sus defensores buscarán linchar a quien apoyó a las mujeres que tomaron la sede de la CNDH.
Si el mandatario dice que un partido político está detrás del conflicto por el agua en Chihuahua, no tardarán los azules en salir a aclarar que no es así, aunque sus defensores traten de asegurar que hay aspirantes a una candidatura que mueven las aguas revueltas en el norte.
Y podemos seguir con los ejemplos, pero es claro que se trata de una estrategia perfectamente planeada para mantener esta condición en el país con miras a que en la elección de 2021 se reproduzca el escenario que le dio el triunfo.
Contrario a la promesa que hizo la noche de su triunfo electoral en 2018, de trabajar por la conciliación nacional, López Obrador ha mantenido la polarización que se empezó a sembrar desde 2006, su primera campaña presidencial, en la que un sector de la población se enfrentó al resto por un candidato.
Su propagandista de cabecera, y productor de telenovelas, lo ha dejado claro en su reciente participación en un canal de noticias: permitir que se instale de nuevo la corrupción y abrirle las puertas al fascismo es lo que se busca evitar, por lo que el voto debe ser para los candidatos del movimiento.
Claro que desde el bando opuesto no se tardan en responder que lo que buscan es evitar la implantación del comunismo en México y sacar del poder a quien ha traído la crisis.
¿Le suena conocido el guión, la batalla entre fascistas y comunistas, entre quien está destruyendo al país y quien será su salvador?
Es claro que el proyecto del presidente es gobernar para unos cuantos –no los 30 millones que tanto presumen en redes–, con ideas que no buscan sacar adelante al país, sino transformarlo en lo que él quiere que sea –productor petrolero, sin ciencia, ni tecnología, con un presidencialismo imperial–, y evitando cumplir con sus principales promesas de campaña –varias ocasiones ha dicho que la corrupción se ha acabado, y varias veces sus propios funcionarios le han demostrado que no es así, como anotó Jaime Cárdenas–, pero el problema es que no hay una oposición que gane la agenda y busque establecer otra narrativa.
Para bailar o para pelear se necesitan dos y un sector de la sociedad se ha enganchado en esta estrategia, respondiendo a cada frase mañanera como si fueran interlocutores del poder, pero sin darse cuenta que en realidad sólo sirven de caja de resonancia para quien busca mantener esta polarización que a nadie conviene, con excepción del solitario de Palacio.
Mucho se ha dicho que necesitamos a un líder que haga de contrapeso frente al presidente, como si esa fuera la solución, por lo que muchos muestran su esperanza de que esto sea así cuando Ricardo Anaya reapareció o cuando Gilberto Lozano organizó su primer plantón en avenida Juárez.
Pero me temo que esta solución sólo es parte del esquema, pues como apuntamos en párrafos anteriores se necesitan dos y Frena es ese compañero de baile que necesita el mandatario para continuar con su show.
Lo que hace falta es que la oposición empiece a mostrar, más que caudillos que sirvan para la estrategia de Palacio Nacional, una alternativa para quitarle el reflector al presidente y que muestre que ha cometido errores, que ha dicho mentiras y que no gobierna para todos los mexicanos.
Pruebas de lo anterior sobran, solo hay que ver cuánto tiempo le dedica a temas menores, como lo dicho por Francisco Martín Moreno, para darnos cuenta que alguien que en realidad gobierna no podría perder minutos valiosos en contestar una verdadera tontería.
En tanto, la crisis se mantiene en un país ocupado más en pelear por un político que piensa que va a trascender a las páginas de la historia, pero sin darse cuenta que será como pie de página o como referencia de lo que no se deba hacer a la hora de gobernar.