La pandemia ha forzado, alrededor del mundo, una migración de las actividades culturales a internet. El fenómeno tiene muchas caras, pero hay un hecho creativo que me interesa en esta ocasión: el aprovechamiento de los artistas del medio específico. Con esto no me refiero a la capacidad de difundir por internet, que es relativamente fácil, sino a que la creación explote las particularidades de internet y que las creaciones sean genuinamente arte en línea.
Hay salidas fáciles, como las representaciones dramáticas que parecen suponer que mostrar tramoyas replicaría la sensación de estar en un teatro. Ahí no hay adaptación, ni creatividad artística específica ante un medio. Sin embargo, se están produciendo manifestaciones para el marco en que nos encontramos. Se trata de nuevas experiencias, con frecuencia híbridas, como la pieza Pas de deux de la cineasta experimental, artista visual, coreógrafa y bailarina Carmen Ixchel Maya; que se presentó y está disponible como parte de la oferta por internet de Danza UNAM, la instancia dedicada a este arte de la universidad nacional de México.
Se suele decir que la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM es una entidad con un enorme presupuesto. Yo agregaría que no es imposible que éste supere al presupuesto de ministerios de cultura de muchos países —incluso de naciones desarrolladas, si bien éstas no necesariamente cuentan con ministerios de cultura, lo que no es obstáculo para tener intensa actividad artística. No obstante, el presupuesto y la vasta infraestructura con que cuenta la universidad nacional no son garantía para enfrentar la circunstancia actual. Hace falta identificar el problema. El escritor y gestor cultural Jorge Volpi, coordinador de Cultura UNAM, se ha ocupado precisamente de reflexionar sobre las implicaciones de la pandemia para el arte. Acaso por eso estamos viendo creaciones como la de Maya.
En un artículo del sábado pasado, Volpi identifica que el desvanecimiento de la “frontera” entre “la vida” y los “simulacros de la vida”, lo real y lo virtual, se habría acelerado y radicalizado por la pandemia. Nos habríamos convertido en “seres digitales” recluidos. Dice Volpi que esto ha dado pie a un “mundo del arte y la cultura miniaturizado” en nuestros dispositivos electrónicos. Y se pregunta si cualquier actividad cultural puede pasar a ese medio, al tiempo que no ve más alternativa que explorar la opción digital. La conclusión de Volpi es que aún con una vacunación efectiva tendrá que repensarse “la relación entre lo real y lo virtual”. Considero que el complemento a su reflexión es la cuestión que he mencionado: la creación artística que comprende la especificidad de cada medio y aprovecha sus posibilidades.
Pas de deux se nutre de la pluralidad artística y de la atención a las opciones abiertas por las pequeñas pantallas. Si aceptamos que asistir a un espectáculo artístico tiene mucho de ritual, Carmex Ixchel Maya y AR —su colaborador y piloto del dron—, diseñaron un sencillo mecanismo que crea expectativas, capturando al espectador: un cronómetro regresivo que convierte la espera en parte de la obra, antes de que aparezcan los protagonistas: una mujer y un dron. Pronto el público se enfrenta a una pantalla dividida en dos pequeños rectángulos, pantallas en la pantalla. Son dos perspectivas, una, la visión del dron, la otra, una mirada sobre la artista. En otras obras, las pantallas múltiples son con frecuencia un recurso que divide la atención, imposibilitándola. En cambio, con decisiones aparentemente simples, Maya ha ideado una combinación de visiones que se complementan. Las temperaturas de ambas pantallas divergen. Al hacerlo, se nos presentan distintos puntos de vista y la diversidad de un hecho: el mismo pasto adquiere varias tonalidades de verde, la pálida mujer no es una sola y, al mismo tiempo, ¿en algún momento es algo más que el producto de miradas ajenas?
La inesperable armonía de los elementos es crucial para la pieza, pues si se juzgaran en aislamiento podría creerse que se está ante un trabajo de escasa pericia, lo que sería un grave error dada la coherencia del conjunto. Las imágenes carecen de gran resolución, hay destellos de lentes, así como un avistamiento del operador del dron —la cámara estuvo a cargo de Iyantú Fonseca. La autora e intérprete de la pieza tiene entrenamiento de alto nivel y realiza movimientos bien orquestados y precisos —incluso en sus salidas de cuadro—, pero no estamos ante un despliegue de habilidad dancística tradicional. En el audio también hay dualidad, pues se percibe tanto el sonido ambiental —incluyendo el ruido del dron— como una obra musical de acompañamiento. La observación atenta de la pieza depara el descubrimiento de un juego con las formas que permite generar múltiples lecturas. Acaso éstas pueden ir desde el coqueteo y la seducción —hay instantes en que, sin necesidad de acercamientos, el cuerpo de la mujer cobra presencia palpable—, hasta el acoso y la agresión, pues se alcanza la tensión entre la mujer y el dron.
Vemos Pas de deux filmada, pero quizá buscaba ser representación ante público presencial, en lo que coincidiría con el cine experimental que suele ser experiencia irrepetible. ¿Funcionaría de la misma manera en persona? Me parece que no. Quizá contra el planteamiento original de Carmen Ixchel Maya y sus colaboradores, la pieza resulta específica para internet, lo que lejos de ser desventaja la ubica justamente en el camino creativo que aquí he mencionado: el que ofrece explorar un camino en las circunstancias actuales. Este es el proceso que Volpi describe como necesario para nuestra crisis cultural. Si en Pas de deux un dron puede adquirir personalidad retadora y el cuerpo de la mujer aún respira, hay vías para que la joven artista continúe desarrollando su potencial creativo y su obra es ya un ejemplo de las posibilidades del arte en línea.