Oriente busca la liberación de esta vida,
y Occidente, en esta vida.
La única solución para los primeros es
dejar de renacer; para los segundos,
resucitar más de una vez en el mismo lapso de tiempo.
Bruckner, Pascal. Un instante eterno.
Filosofía de la longevidad
Celebro el tiempo en que me tocó vivir, con el infinito al alcance: un clic para ver todas las películas, escuchar todas las canciones o ver todas las películas; Un clic para anular distancias; un clic para el despliegue de catálogo, que va de zapatos hasta orientaciones, identidades; son los tiempos del Covid también, del exceso, de la tristeza migratoria, de la locura, del populismo embustero.
Todo ello nos entrega una realidad compleja; no es fácil adaptarse a la variedad y a la velocidad en lo laboral, lo familiar, lo generacional. La obsolescencia es hoy un abismo que traga no sólo productos o rituales, devora personas: la secretaria que no usa las herramientas de Google o Microsoft es desterrada; los profesores que no pueden usar Zoom comienzan a desvanecerse como fantasmas; los jóvenes que no comprendan la pluralidad de orientaciones sexuales son condenados al frío monasterio.
Así, mi generación X que tanto admiro y aprecio, extiende las extremidades para no caer en el abismo. No creo que un grupo de personas se haya enfrentado a tantos cambios en tan poco tiempo. Teleadicta como soy, disfruto enormemente ver series de televisión que van dando fe de este abrupto cambio en sus tramas. Me parece como si hubiera sido apenas antenoche cuando Seinfield, la historia de cuatro amigos, inauguraba el desplazamiento de la familia como centro de las tramas televisivas.
En el hipotético departamento del protagonista en el centro de Manhattan, aún con teléfono fijo, se burlaban del inmigrante, del homosexual y eran escasas las personas de color.
Treinta años después, la inclusión y lo políticamente correcto obligan a que, como en programa de Barney, haya un representante de toda orientación, de toda la coloratura de la piel y el humor debe andarse con cuidado. No es que esté en contra de esto que señalo, el problema es cuando el exceso de purismo y el exceso de comercio toma a la historia por rehén.
Todo este preámbulo es para decir que tuve un arrobamiento de entusiasmo cuando vi el primer capítulo de And Just Like That, secuela de la exitosa Sex and The City o Sexo en la Ciudad de 1994. Debo confesar que nunca vi la primera entrega, admito que era una novedad que se abordara el sexo femenino con tanta libertad, pero no le di mucha oportunidad.
Esta vez quise ver la secuela sin título aún en español y podremos traducirla como Así de simple. Lo primero que llamó mi atención fue la crítica a la actriz protagonista Sarah Jessica Parker por descuidar su aspecto y exhibir sus más de cincuenta primaveras. Hoy me percato que el tema era una forma de teasser promocional para la serie que retoma la trama de las cuatro amigas (hasta el momento sólo aparecen tres y la cuarta sólo es aludida).
Me gustó la idea de que se abordara el tema de la vejez, considero que hacemos mucho por entender las diferentes orientaciones, nacionalidades y demás y muy poco por comprender el destino común que cada día nos causa más alergia. Me emocionó el diálogo de las amigas aceptando que es difícil manejar tantas redes sociales, me pareció sugerente que (SPOILER ALERT) que Big, representante absoluto del patriarcado muriera el segundo episodio.
Fue éxtasis absoluto cuando la protagonista experta en sexo es contratada por un podcast del tema conducido por una bisexual y a la hora de enfrentar la conversación la obsolescencia se hizo patente.
Nada de lo que ella decía era ya provocador en un mundo donde la libertad sexual no supone tabú y sin embargo la censura “libertaria” se cuela por el lenguaje y nos conduce a la impericia; eso mismo le pasa a otra de las protagonistas que al enfrentarse a una nueva experiencia universitaria se topa con una maestra de color mucho menor que ella y se ahoga ente señalamientos a sus diferencias raciales.
La tercera de ellas se confronta con la ambigüedad sexual de una de sus hijas. Empaticé con todas esas circunstancias por mi condición de cincuentona que convive cotidianamente con jóvenes. Sin embargo, la promesa de aprender sobre la compleja relación entre generaciones diversas, entender nuestros propios cambios sexuales y sociales, se ve soterrada por la tendencia superflua a ponderar el tacón y los holanes.
No encuentro aspiracionales a heroínas que al morir su pareja no encuentran nada mejor que cambiar de residencia, luchar para no dejar de usar tacones y renovar su apariencia con un poco de Botox. Envejecer sigue siendo ineludible, la búsqueda de nuevas tramas para ser mujer mayor saludable con mucho deseo de seguir son una oportunidad inédita y, sin embargo, la tentación Dorian Grey y el feminismo a lo Barbie pierden la oportunidad de mostrar dilemas reales y alternativas posibles.
Sarah Jessica Parker se ve irremediablemente vieja, absurdamente vestida y obsesivamente queriendo pasar por quinceañera cuando podría mostrar la cara oculta, la belleza pacífica de envejecer: “…hay un creciente gusto por la naturaleza, el estudio, el silencio, la meditación, la contemplación” acusa Pascal Bruckner y yo lo creo.
Dice Bruckner en el libro que señala mi epígrafe que después de los 50 todos entramos “…en la edad de las prótesis, gafas, audífonos, marcapasos, válvulas, implantes, chips varios, etc. En nuestra sociedad individualista se nos ofrecen, al menos, dos modelos que podemos encontrar a voluntad: interpretar el papel del viejo galán, o adoptar la pose del sabio desilusionado”.
No me identifico con ninguna de las dos, supongo que hay un arcoíris amplio por explorar entre el infantilismo y el hieratismo, así de simple.