Un nuevo pecado ha sido agregado al catálogo de la Cuarta Transformación: el aspiracionismo, la actitud de quienes se empeñan en salir adelante, mejorar sus condiciones de vida, seguirse preparando, apoyar a sus hijos que deseen seguir estudiando.
Esos aspiracionistas, ha dictaminado el Líder, no tienen remedio: no se les puede convencer de que el camino correcto para salvar el alma es renunciar a todo deseo de mejoría. No comprenden que el camino hacia la beatitud y el patriotismo es resignarse a la pobreza y a la superación intelectual o profesional.
Su pecado es tan grave que debiera darles vergüenza, sentenció el Líder, acudir a la iglesia, participar en el ritual religioso, persignarse, rezar. Tendrían que, para ser perdonados, eliminar sus aspiraciones, es decir, dejar de ser aspiracionistas.
¿Por qué aspirar al ascenso social, a un buen empleo, a un salario decoroso, a un servicio médico de calidad, a una escuela para sus hijos con agua, jabón y buenos profesores, a un hogar confortable, a un automóvil, a vacaciones anuales, a una comida una vez al mes en un restaurante, a la lectura de libros que meten malas ideas, a conocer el propio país o, peor aún, conocer otros países? Esas ambiciones son propias de los conservadores, de los individualistas, de los egoístas, de quienes se oponen a la transformación.
Los aspiracionistas no le perdonan al gobierno que su prioridad sean los pobres. En las redes sociodigitales insisten con saña en que niños con cáncer están muriendo porque han sido privados de los medicamentos que les son indispensables para seguir luchando por su supervivencia, que las familias que no pueden costear el tratamiento de enfermedades graves han quedado a la intemperie, que cada vez es más grave el desabasto de medicamentos, que incluso han escaseado las vacunas, que la ola de violencia criminal en el país sigue creciendo, que fue absurdo cancelar la obra del nuevo aeropuerto internacional, que las causas del desplome del Metro son la corrupción y la negligencia, que no se apoyó a los cientos de miles de pequeñas empresas afectadas por la pandemia, que la cancelación de las estancias infantiles quitó a cientos de miles de mujeres la oportunidad de continuar estudiando o trabajando sin la zozobra de la falta de cuidado adecuado a sus hijos pequeños, que hay retroceso económico y desempleo en aumento.
Es que leen libros, revistas y periódicos conservadores, escuchan los programas de radio donde se la pasan descalificando al gobierno. ¡Hipócritas, ladinos, clasemedieros, aspiracionistas! Simulan no darse cuenta de que para el gobierno primero son los pobres y por eso prioriza el reparto de dinero entre los menesterosos, reparto con el que no se corromperán porque no los hará salir de la pobreza y ascender a la detestable clase media. Ese ascenso los haría olvidarse de dónde vienen y a quién deben las ayudas económicas, y querrían seguir ascendiendo en la escala social, esto es, se volverían, ¡vade retro, Satanás!, aspiracionistas.
El Presidente quiere tanto a los pobres que no se propone que dejen de serlo. Por el contrario, en su gobierno ha aumentado la cantidad de familias en situación de pobreza y de pobreza extrema. ¿No es prueba suficiente del cariño que les tiene el Presidente? Los pobres reciben ayuda económica directa del gobierno. Eso les basta. No deben aspirar a salir de la pobreza, pues con esa aspiración dejarían de pertenecer al pueblo bueno, compartirían las ambiciones nefastas de la clase media, con lo que fatalmente se harían conservadores, individualistas, ladinos, traidores.
La Cuarta Transformación, ¿anhelo de afán liberador u obsesión de resentimiento punitivo? Una antigua coplilla española dice:
¡Igualdad!, oigo gritar
al jorobado Torroba.
¿Quiere verse sin joroba
o nos quiere jorobar?
Este artículo fue publicado en Excélsior el 17 de junio de 2021. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.